Tuesday, October 31, 2006

NOCHECITA TOLEDANA


“Topor: haz el favor de vestirte y bajar, que nos vamos de putas, invito yo”. Al otro lado del portero automático sonó una carcajada telefónica de ésas de cuando le hace verdadera gracia algo. Yo estaba en serio y en su portal, me había presentado sin avisar aquel viernes a las diez de la noche, y no pensaba moverme de allí hasta que bajara, pero como era de esperar su voz cambió y enseguida lanzó una disculpa: “Creo que no voy a salir hoy…”. Como me había preparado para su negativa, hice un ataque directo: “¿Ya estás otra vez con el FIFA, cabrón? Ábreme la puerta, por favor, que voy a subir”. Topor no se sentía con ganas de luchar esa noche, y menos mal, me abrió.

Me recibió con unas ojeras hasta el suelo y sujetando el mando ése de jugar al FIFA. Otra vez practicando gayumbismo. Su expresión mostraba culpabilidad, nostalgia y quejicosidad, yo creo que en el fondo quería que le sacara de ahí. Le pregunté que si me iba a hacer el feo de no venir. Topor entró en su habitación, apagó el ordenador y se empezó a vestir sin quitarme ojo, como incrédulo y a la vez con carita de cachondeo. Intenté mostrarme firme: “Venga, que tengo el Jaguar mal aparcado y todavía hay que ir a buscar a estos tres, vete llamando a Vladimiro Preminger mientras” pero en seguida le dio la risa otra vez, no sé si por lo de las putas o por lo del Jaguar.

Claro, que cuando bajó y lo vio en todo su esplendor aparcado enfrente de su portal, enarcó las cejas y sacó el móvil, Topor me conocía y de repente supo que no era otro de mis vaciles. “Señor Preminger, deje sus cosas que esta noche la niña nos invita a unas putas”.

Dejé a Topor en el coche y subí a la nueva casa del Sr. Preminger. La habitación estaba llena de humo de cigarro y al pie de su sillón descansaban sus queridos canes Otto y Tango. Leía con luz baja un libro titulado Juegos florales, Pemán y periplos rosales de un tal Trussardi. Ante mi propuesta abandonó la tranquilidad que le caracteriza y alzando el tono de voz, me dijo: “¡Ay campanera! ¡Este plan me parece una chuminada y de lo más pueril!”. Después se calló y bajó conmigo obediente.

J. estaba en su habitación probabando su nuevo sintetizador comprado a cierto hombre al que ama. No pudo evitar frotarse las manos y sonreír con los ojos cerrados cuando oyó mis palabras. Me dio las gracias y un beso en la mejilla. Desde luego era el que menos contrariado de todos parecía, pero reaccionó con algo de nerviosismo cuando vio que tenía que subir a un Jaguar con Topor y el Sr. Preminger dentro. Quizás pensara que iba a invitarle a él sólo o que se trataba de un agresivo secuestro. Nos dirigimos a casa de Dycyfortuna.

Si duda el último de Los Punsetes fue el más entusiasmado con la idea, bajó con sus gafas modelo Eugenio a pesar de ser de noche, contoneando la cadera y moviendo las manos alrededor con cierto ritmo. A la vez gritaba con vena en cuello: “¡Oh si, nena, esta noche va a ser muy fanki, nos vamos a la Casa de Campo…chipi, chipi..!” . Pero quién decía que íbamos a la Casa de Campo, “Nos vamos a tomar unas copas, chavales, para entrar en materia”.

La pletoricidad de Dycyfortuna, que me obligó a enganchar su ipod a la radio para escuchar repetidas veces el himno del PP y varios discursos de Aznar en México, contrastaba con el silencio del resto, hasta que J. se atrevió a preguntar por qué les había hecho coger la documentación, a lo que yo respondí: “Es por si nos pilla la poli, os imaginaréis que este coche es robado”. Se rieron porque sabían perfectamente que me había tocado la Lotería y que mi sueño desde siempre había sido conducir un Jaguar y tener la posibilidad de ser generosa con mis seres queridos.

Llegamos a La Vía Láctea y esperé a que se tomaran cinco gintonics. Cuando estaban suficientemente animados cargué con ellos de nuevo hasta el coche. Como gozaban de cierta flojera y sentimentalismo y para evitar preguntas inoportunas, los amordacé uno por uno y les até los brazos alrededor del cuerpo sin notar resistencia por su parte. Tomé la M-30 dirección Norte. Cuando vieron que no íbamos a la Casa de Campo el terror invadió sus imaginaciones y empezaron a soñar y a verbalizar, a sacudir sus cuerpos, pero apenas consiguieron algo porque estaban totalmente invalidados.

Cuando empezaban a calmarse, o a asumir que iban a morir tomé la M-40 dirección Aeropuerto. No tardamos mucho en llegar allí. Aparqué enfrente de la puerta central de la Terminal 2 y les hice bajar. Los solté y calmados pero desubicados, me siguieron hasta el mostrador de Air France, destino Bangkok. Les pedí sus pasaportes y me dirigí a la señorita: “Por favor me los sienta dos y dos con ventanillas si es posible. No llevan equipaje”. Después de acompañarles al detector de metales les di sus billetes y me despedí de ellos. “Aquí os dejo. Yo no me voy de putas a Tailandia con vosotros porque no pinto nada allí. Os he oído hablar tantas veces de ese tal Houellebecq que creo que os merecéis esto. Espero que lo paséis muy bien y que descanséis”. Nos dimos un abrazo colectivo y alguno que otro lloró, pero no voy a decir aquí quién fue.

Aquel viaje, nos unió y benefició a Los Punsetes con grandes canciones como Turismo sexual y Fondo de armario. Ah, y a la creación de la figura de Anntona y su canción No tienes novia.

Tuesday, October 24, 2006

NATALIA Y EROS RAMAZZOTTI


Natalia me contaba sus historias sobre noches en Pacha y otras discotecas, en las que terminaba dándose el lote con un tío mayor en el asiento de atrás de su coche. Natalia a los dieciséis años era muy distinta a mi; era morena, alta y con las piernas largas, simpática y graciosa. Y uruguaya. Y a la que mejor le sentaban los vaqueros de todas nosotras a los doce años. A las dos nos fascinaba Eros Ramazzotti. Desde que jugábamos en el parque llevaba un flequillo largo que le tapaba los ojos, y para quitárselo de la cara sacudía la cabeza con fuerza hacia los dos lados. Natalia tenía un espabilo innato, un acento delicioso y un contoneo tropical. Y un comportamiento telenovelístico que erizaba el vello…su vida personal era un drama según ella, pero en el fondo era una mentirosa y una lianta.

Sus cuentos sobre lo incomprendida que era por su excesiva madurez, rápido se convirtieron en historias de lujo adulto y adúltero cargadas de trasnoche y sofisticación. Y yo, que mi única aspiración era aprobar la puta Física de 2º, escuchaba hipnotizada a esa amiga mía que ya se había convertido en mujer y se pintaba los labios de rojo, llevaba tacones y vestidos ajustados negros. Yo a su lado parecía el pretendiente grunge de turno que nunca la alcanzaría.

Pero da igual, éramos muy distintas y yo no aspiraba a liarme con un tío engominado de veinticinco años con un Porsche que me llevara a cenar a los mejores restaurantes de Madrid. A parte de que porque mis padres me hubieran partido la cara, es que simplemente me angustiaba esa atmósfera…Mi deseo más inmediato a los dieciséis consistía en encontrar la manera de invitar un sábado a casa al chico que me molaba de clase, para que me explicara Física.

Daba la casualidad de que se me daban mal las Ciencias y él era bueno en eso y en todo. Su actitud en clase dejaba bastante que desear, era chulito y soberbio, miraba con cara de asco y se reía de las chicas, pero como era un estudiante destacado los profesores le tenían respeto. Yo estaba convencida de que me odiaba, y que a pesar de vivir en el mismo barrio nunca estaríamos cerca. Pero las cosas cambiaron. Y empecé a pillarle echándome miraditas de víctima en clase, y de repente se volvió agradable y siempre tenía unas palabras para mí a la salida. Supe que tenía que aprovechar el tirón, corría el mes de mayo y yo no había aprobado una sola evaluación de Física.

Así, reuní valor y la cosa salió bien, accedió a ir ese sábado a casa. Avisé a mis padres, que se sobresaltaron al momento y empezaron a hacer aspavientos y comentarios descarados e inoportunos, de tipo: “Vaya, ahora lo llaman así, estudiar…”. A mis hermanos les hizo tanta gracia la situación, que en el acto cancelaron sus planes para el sábado por la tarde porque no querían perderse al pin pin que iba a venir a casa, pobre chaval.

Y si, qué lástima; cuando le abrí la puerta se encontró de cara con toda mi familia sospechosa y silenciosamente colocada entorno a la tele, que le saludaron a coro y agitando la mano sin levantarse del sofá. Entramos apresurados en la habitación.

Puse dos sillas una al lado de la otra en mi escritorio, estábamos cerca, sin saber que decir, estábamos incómodos y contrariados, hasta que a él se le ocurrió la buena idea de repasar el temario desde el principio. Empecé a notar que no podía concentrarme, que cada vez me gustaba más, que tenía ganas de besarle en lugar de estudiar ese rollo, y él debió notar que le estaba mirando, su mano se disponía a acariciar la mía cuando mi madre irrumpió en la habitación sin llamar, con una brillante bandeja de pasteles de Mallorca, una sonrisa y una frase: “Hay que reponer fuerzas, chavales…”. Después de eso, pasó un buen rato hasta que se atrevió a acercar su silla a la mía, pero esta vez fue mi padre, asomó la cabeza y dijo en tono jocoso: “¿Qué tal el guateque, digo…el estudio?” y se fue por el pasillo riéndose de nuestra cara de susto sin esperar respuesta. Empecé a pensar que habían hecho un agujerito en mi puerta y estaban empujándose unos a otros para mirar.

El premio se lo llevó Pablo, cuando entró muy ofendido y de brazos cruzados en mi cuarto y me dijo que se acababa de enterar de que ese chico había venido a explicarme Física, cuando yo sabía perfectamente que él estaba en 2º de Físicas: “Digo yo que sabré más que él, ¿no?”, y se marchó.

Lo que estaba claro es que mi familia había montado una pequeña obra de teatro para asustar a mi amigo y de paso dejarme a mi en ridículo. Pocos minutos después confirmé mis sospechas. Volvió a entrar mi madre, seguida de Pedro, Luis, Antonio y Javi, ella seria, ellos con una media sonrisa: “Cariño, ¿te está explicando Física este chico? Pero si sabes que Pablo está estudiando esa carrera, ¿le vas a hacer este desaire a tu hermano? A parte de que este chico tendrá que estudiar también y le estás quitando tiempo; mira que al final bajáis la media y no os da la nota para hacer la carrera que queréis, y luego vienen los lamentos…” No me podía creer aquello, mis hermanos haciéndome burla por detrás de mi madre y mi amigo blanco sin saber qué hacer. Hasta que uno de mis hermanos, no recuerdo cuál, dijo “Mamá, a lo mejor es que le gusta el chico y por eso prefiere que se lo explique él…”. En esos momentos me acordé de mi amiga Natalia, que a esas horas estaría divirtiéndose en Pacha, y por un momento deseé histéricamente estar en su lugar.

Lo que mi familia consiguió fue que mi amigo se despidiera educadamente de mi y huyera envuelto en el terror y la extrañeza de la situación; jamás volvimos a hablar ni dentro ni fuera de clase, pero años después de terminar el colegio me besó. Y Natalia, que me la encontré estando en la Facultad, que por cierto, se sentaba en primera fila y miraba con cara de salida al profesor, me contó que se había liado con Eros Ramazzotti…ya, claro.

Monday, October 16, 2006

PLAYA ANÓMALA DE 1998


Cuando la muñeca rompida se descolgó en el verano
no cayó en vano,
la descalcificación se seguía produciendo;
aquella vez en invierno,
esta vez en verano:
Esto ocurrió un día con ambiente de los ´60
en una playa de alevosía
en la que la sombra no existía.

Las chicas en adolescencia
paseaban en bikini su grata silueta
Los niños construían castillos de arena
y pescaban cangrejos de ante morado.
Los matrimonios enmorados, de la mano
Los chicos en adolescencia
colocaban sus toallas
al lado de esas jóvenes estupendas.
Las olas inocentes incitaban a sacar /las tablas
para dejar a las chicas anonadadas.
La gente hablaba en verso
con palabras dadaístas y futuristas,
comían tarrina de piña y vainilla
granizado de melocotón, horchata de limón.
La arena de la playa literalmente naranja.
El tono del agua amarillo y helado.
El cielo rosa palo de día; de noche morado.

Se respiraba alegría sin lugar a dudas,
pero como en esa playa de esperpento
jamás había viento
y el pop-art
era lo natural
en los agentes geológicos
que dominaban ese lugar patológico,
los rayos que creíamos nos pondrían morenos
empezaron a quemarnos la piel ardiendo
las gotas de sudor por la espalda cayendo
sustituían al escalofrío del cuadro marítimo de invierno.
El comentario general:-
“este calor no es normal, me voy a bañar”
-fue lo peor que podía pasar
porque el SOL,
rojo pasión,
había calentado al MAR,
amarillo helado,
para convertirse en fuego desconmensurado
y las personas salían chillando.

El mar se había convertido en una cazuela
que cocía a los que se metieran en ella
unos morían sin poder gritar “¡ayuda, este agua me ejecuta!”
y los que sobrevivían era con magulladuras.

No se sabía qué era peor
si aguantar el ebullir del sol
o refrescarse en ese agua efervescente...
La sombra ausente
castigó la felicidad de esa playa surrealista
porque es una aleatoria mentira
que semejantes colores la decoren.
Así quedó todo:
las parejas desintegradas,
las tablas de surf destrozadas,
los niños ahogados dentro de la arena naranja,
las BELLASADOLESCENTES degolladas
con la piel amoratada
con el cuello sangrante
cubriendo sus bikinis,
sus cinturas,
y sus caderas anchas,
de la mano cogidas y tumbadas
exhalando sus últimas palabras,
por la arena en polvo embadurnadas
en la arena vilmente incrustadas
con las piernas hectométricas
hundidas en su edad quinceañera
hundidas en la péfida arena,
pasaron a ser maniquís inertes
ESTO ES LO QUE ME DA más pena.
Los adolescentes no escaparon
se arrastraron con apatía anémica
hasta que el abrasamiento recorrió sus cuerpos
para privarles de la vida que había en ellos.

El MAR, satisfecho con lo que ha hecho
apremiado por el SOL, que odia todo tipo de gente,
se levantó en vertical como una fuente
-(ellos ya no hablaban en verso,
estaban muertos en silencio)-
tomó forma de garra eficiente
arrastró personas, sombrillas, toallas
y de esa mezcla, su agua se convirtió en verde.
De las partículas de las personas y su descomposición
la ARENA pasó a ser más gorda y de otro color(marrón)
El CIELO estupefacto, tiñó las nubes doradas de blanco,
y ante un contraste tan hortera,
decidió variar su tono de muchas maneras
hasta convertirse en azulón.
El sol por no tener a QUIÉN alumbrar desapareció
y se hizo de noche de un tirón.

El paisaje marítimo empezó a ser normal
el viento no se quería calmar
mi cabeza se descolgó
mi brazó se rompió
y el verano acabó.

Monday, October 02, 2006

Never can say goodbye by THE COMMUNARDS


Hace no mucho tiempo mis padres me amenazaron con que se iban a cambiar de casa. Últimamente todos los padres de mis amigos lo están haciendo; cuando los hijos se van y empieza a haber habitaciones libres que nunca se ocupan, buscan un apartamento o abandonan la ciudad, como mi hermano Fran, que sólo tiene cuarenta y dos años y vive en Algete. Lo malo de él, y discúlpame, hermano, es que él ni siquiera ha sentido la ingratitud de unos hijos que, en un momento determinado, se toman lo de dejar el hogar como una cuenta atrás; si llega la hora y no están fuera, pierden los nervios, se les dañan los planes, se les agria el carácter, se consideran inútiles e incapacitados, se sienten fracasados e infantiles.

Cuando los hijos se van, las relaciones con los padres se convierten en frívolas tomas de contacto, conversaciones telefónicas irónicas del tipo: “Claro mamá, ¿Cómo no os voy a echar de menos?”, queriendo decir: “¿Qué dices mamá? ¿Cómo no me he ido antes? ” y visitas de auténtico médico sobre todo para que los padres dejen de dar la brasa.

Yo soy la pequeña de ocho hermanos y he visto cómo se han ido todos, uno por uno, cómo sus habitaciones se han quedado frías y desérticas, cómo los hemos perdido de vista, cómo se han convertido en otras personas, probablemente más felices, y cómo mi madre ha llorado del disgusto porque no entendía la única razón por la que mis hermanos se marchaban: “Mamá, es que tengo que vivir mi vida”.

Lo más doloroso era cuando empezaban con las cajas para arriba y para abajo, a guardar sus cosas en silencio y pensativos. No me dejaban ayudarles a recoger, me echaban de sus cuartos porque querían estar a solas o porque quizás pensaban que yo era demasiado pequeña para irme algún día, pero mi turno también llegó. Y agradecí recoger todo yo sola. Aún así estas situaciones de pseudoabandono me desbocaban la garganta, se me ponía cara de pocker, los ojos se me entrecerraban y notaba cómo enrojecían por la rabia, pero no lloraba, porque como dice Alberto González, eso es para los niños y para los maricones. A la vez que todo eso me ocurría físicamente, de puertas para adentro, una cancioncita venía a mi mente: Never can say goodbye de los Communards, cosa que me resultaba el colmo de la ironía y me cabreaba aún más... y me pasó con cada uno de mis siete hermanos, los días previos y posteriores a su marcha no me podía sacar el temazo ése de la cabeza ni a la hora de dormir. Por eso creo que soy tan bajita, la falta de descanso debió frenar de golpe mi proceso de crecimiento. Cuando había conseguido olvidarme de eso, significaba que empezaba a llevarlo mejor, por eso venían a mi mente las conversaciones telefónicas que tenía con mi padre cuando se marchaba a la India. La mala calidad de la señal producía un eco tan descarado que en lugar de atender a la charla con él, me dedicaba a escuchar el rebote de mi voz cada vez que hablaba, me gustaba cómo sonaba y me ponía contenta, aunque mi padre fuera a tardar dos semanas más en volver a casa.

Las primeras veces, cuando las habitaciones estaban casi vacías entraba a ver los restos de la recogida masiva, de la mudanza definitiva, del hasta luego-hasta nunca de cualquiera de mis hermanos. Después decidí dejar de atormentarme y me negaba a entrar en cualquiera de ellas hasta que hubieran reconvertido esa habitación en otro espacio: el traslado de otro de mis hermanos a ese cuarto, una salita, un despacho, un taller para mí. No sé.

Yo nací en esa casa, un lugar grande de seis habitaciones, y ahora lo que me da pena es que mis padres se hayan rendido ante los planes de deserción de sus hijos. Para mí, que se vayan de ahí, es una auténtica amenaza.