Monday, September 10, 2007

SÓLO SALGO CON SUECOS ESTOCOLMIANOS

Me tuve que tragar mis putas palabras.

J. siempre había dicho que el ChicoTatuado era un ser entrañable, pero yo le tenía cierto retintín especialmente a raíz de aquel día en que se J. y él se fueron juntos al Copper. Nunca supimos que pasó entre ellos aquella noche, por eso cuando el Chico Tatuado se fue a vivir a Estocolmo hace dos meses, se relajó mi tensión. La sorpresa vino cuando J. me planteó irnos de viaje a Estocolmo en verano. Y quedarnos en su casa. La historia me sonó a abandono doméstico, pero accedí y me fui a Suecia convencida de que iba a volver sola.

Al llegar a la casa sueca del Chico Tatuado, a J. le recibió efusivamente y a mi me ofreció un vaso de saft. Como la competitividad entre el Chico Tatuado y yo se hacía patente por momentos a pesar de la presencia de la MuñecÅSuecÅ, preferí desconfiar y no tomarme el preparado por si las moscas. Pero él no es tonto y probó con otras opciones como chocolate a la taza. Al caer la noche lo intentaría con pacharán y crema de orujo sueco.

A pesar de no fiarme de sus intenciones encubiertas de quitarme del medio, su hospitalidad me enterneció y su paciencia para enseñarme a jugar al GuitarStar me hizo verle como una persona caritativa y así intenté dejar de castigarme a mí y castigarle a él porque al fin y al cabo, yo no podía evitar que J. decidiera quedarse en Estocolmo. La MuñecÅSuecÅ que se daba cuenta de mi resignación, cuando me veía triste y pensativa, me decía “Happyface!!” dibujando una sonrisa con sus dedos índices de lado a lado de la boca.

El Chico Tatuado nos enseñó una ciudad donde las gaviotas se la juegan violentamente para robarte el helado (apuesto a que nos llevó ahí para que un pájaro me picara en la cabeza y me dejara fuera de juego), donde hay mantas dobladas en las sillas de las terrazas por si refresca, pájaros sobre bicicletas aparcadas sin cadena, muchachos con el pelo teñido de negro y la raíz rubia, sitios sin iluminación para comer sushi, muelles abandonados con grúas en forma de jirafa y casas unifamiliares norteamericanas, y un sitio de discos que se llama Sound Pollution, y un señor que tiene tantas antigüedades bélicas en su tienda que no se puede ni entrar.

Fueron diversas las ocasiones en las que el Chico Tatuado intentó provocar situaciones susceptibles de considerarse peligrosas, vamos que yo veía claramente que su intención era propiciar un accidente del que yo saliera mal parada, pero cualquiera lo decía explícitamente teniendo en cuenta que estaba rodeada de gente que le apreciaba. No podía insinuar que mi vida corría peligro porque me iban a tachar de chiflada. Ejemplos hay muchos, aparte de los intentos de envenenamiento de la bebida y la gaviota que casi me clava el pico en la cabeza, o el esquinazo inclemente que me daba en tiendas como Cheap Monday o H&M, tienda en la que me invitó a jugar a un divertido juego llamado "vamos a buscar ropa de subnormal".

El intento el más despiadado sin duda fue cuando el Chico Tatuado se empeñó en que fuéramos a una fiesta en las afueras de Estocolmo en bici. Sólo había dos bicis y éramos cuatro. A mi las bicicletas cuanto más lejos mejor porque cuando tenía catorce años me caí por un terraplén lleno de árboles, tierra, barro y hierbajos. El Chico Tatuado se empecinó en llevarme a mí de paquete y que la MuñecÅSuecÅ llevara a J. Por educación no me negué. Tonta de mí porque por poco no nos partimos la crisma. Yo observaba el ágil pedaleo de ella y sentí temor por mi vida, porque ya nos sacaban casi una manzana cuando el Chico Tatuado hizo una maniobra extraña con el manillar y nos caímos por un terraplén lleno de árboles, tierra, barro y hierbajos. Entre risa floja y carcajadas, el Chico Tatuado me preguntó si estaba bien y cuando le dije que si (por decir algo) le dio otro ataque de risa a la vez que decía: “Vaya por Dios…”. Poco después J. y a la MuñecÅSuecÅ se asomaron y al parecer les resultó igual de chistoso que a él. Yo no entendía la emoción de estar lleno de sangre y con magulladuras por todo el cuerpo y exclamé"¡Esto es el colmo!" y además decidí volver a casa y perderme la fiesta.

Esta expresión “Vaya por Dios…”confirmó mis sospechas de que se quería deshacer de mí, pero a la vez, a partir de aquel momento en el que notó mi vulnerabilidad, se volvió extrañamente cercano y afectuoso y nos llevó a un concierto de Locust.

El día de nuestra despedida, yo estaba en un ay pensando que con lo bien que se lo estaba pasando J., probablemente habría tomado una decisión. El hecho de que los dos estuviéramos haciendo la maleta a la vez realmente no significaba que fuera a venir conmigo a Madrid. Pero cuando el Chico Tatuado se puso a hacer dos bocadillos para el viaje, me di cuenta de que J. no se quedaba en Estocolmo. Y también me di cuenta de que los bocadillos no estaban envenenados. Así que ese Chico Tatuado y yo nos fundimos en un abrazo de despedida y me tuve que tragar mis putas palabras.