Monday, August 23, 2010

NYC ES MIS PADRES

No hablaré de él como un amigo al que veo todos los días, ni mucho menos, es alguien que vive lejos, que un día me llama en diciembre desde un país tropical bebiendo un cóctel con sombrilla. En dos minutos me hace un resumen de sus andanzas de los últimos dos o tres meses y cuando cuelgo el teléfono, me quedo embobada imaginándome a mi amigo viviendo sus aventuras. Su nombre es Steve Exposito.

Y es que, como su nombre indica, Steve es una persona que te hace al menos preguntarte cuál es su historia. Sus orígenes son pintorescos: Altea. Sus padres emigraron a Nueva York a principios de los 70. Nunca le he preguntado a qué se dedican porque me parece que andar indagando a estas alturas, podría resultar hasta de mala educación por mi parte, y no quisiera yo.

En la vibrante ciudad de Nueva York nacieron y se criaron los tres hijos del matrimonio Exposito: Steve, Susie y Eugenio. Totalmente integrados en la sociedad americana, conocedores de la geografía del país (de costa a costa), amantes de su gente, su gastronomía y sus costumbres, los Exposito eran una familia americana al uso, con vivienda unifamiliar, césped recién cortado y sin intención de regresar a España. Sólo habían ido a Altea un par de veces desde que nacieron los niños, aprovechando el escaso período de vacacional del que podían disfrutar.

Pero la vida da muchas vueltas y Eugenio, el pequeño, repetía una y otra vez que quería hacer vida en España. Le tiraba de la falda a su madre, se cruzaba de brazos y fruncía el ceño, se peleaba con sus hermanos por defender que en España se vivía mejor, que viva la playa de levante, y les hablaba en español todo el tiempo como signo de queja. Esto, cuando Eugenio era pequeño, tenía su gracia “Mira el niño, que ha sacado los genes españoles”, lo malo es que cuando Eugenio entró en la adolescencia su familia estaba que trinaba, sólo se juntaba con hispanoparlantes pandilleros que se metían en líos. Además se vestía de rojo y amarillo.

Para evitar que el niño se traumatizara y sobre todo por no oírle, los padres decidieron hacer una visita a Altea, pero fue tal el numerito que armó en el aeropuerto a la hora de volver, que la familia perdió el vuelo y se tuvo que quedar allí un fin de semana más, que al final se convirtió en semanas. Los padres perdieron el empleo y el permiso de residencia, así que tuvieron que empezar desde cero en Altea, con ayuda de la familia y apoyo psicológico. Fue un palo para Steve y Susie, bueno, y para los padres. Echaban mucho de menos los Estados Unidos de América; su bullicio, sus edificios y sus cosas, pero como familia positiva que eran, poco a poco se fueron adaptando y consiguieron salir adelante.

Las carreras de los chavales se fueron encaminando y Steve eligió el cine; eligió moverse, conocer mundo y volvió con frecuencia a Estados Unidos. Ahí entro yo. No es que nos conociéramos allí, nada que ver. En el año 2000, cuando iba a clase en metro todas las mañanas, me llamaba la atención que un chico de aproximadamente mi edad, cediera insistente su asiento a la gente mayor, todos sabemos que hoy en día son pocos los que lo hacen. Steve se levantaba y con un acento no sé si americano o mexicano, alzaba la voz: “No, por favor, me ofende usted si no toma asiento”. Con esa amabilidad, se ganaba a todos los jubilados gruñones que viajaban en metro. Me gustó su peinado y su ropa, me pareció una persona muy vital y carismática. Pocos meses después tuve la oportunidad de conocerle. Fue en un supermercado en Madrid. Nos presentó un amigo que también se dedica al cine. Nunca olvidaré que Steve me estrechó la mano con una sonrisa y me habló con su fuerte acento y mezclando palabras en inglés, siempre lo hace. Después me enteré de que era polifacético, venga hombre! Era ya lo que me faltaba!

Steve no sabe que yo le había visto en el metro antes de nuestro primer encuentro, se enterará cuando lea este relato. Después de aquellos días, seguimos en contacto. Él ha estado entre Madrid y Barcelona y hemos vivido momentos tremendos; entre supermercados, rodajes, fiestas, eventos, tiendas de ultramarinos, reuniones, bares rojos, camisas hawaianas, calcetines de tenis subidos hasta la rodilla, pelo mojado con gallo y después peinado, puros (que se ha fumado él), karaokes, el increíble Antikaraoke con las explosivas actuaciones de Steve y donde tuve el placer de conocer a Susie Exposito, que canta como los ángeles, conversaciones sobre ´I´m afraid I´m not your man´ y el fenómeno straight Edge. Austin, Nueva York y Depeche Mode. Todo siempre entrañable, emotivo, sorprendente… Me gustaría ver más a Steve, sus visitas a Madrid me llenan de alegría. Nuestras despedidas nunca son tristes porque él siempre lo evita. Finge que alguien le llama y saca su móvil del bolsillo. Me hace un gesto con la mano de “Espera”, como si fuera una llamada importante. Cuando quiero darme cuenta él ya ha doblado la esquina y se ha esfumado hasta la próxima.

Hace poco tiempo tuve un motivo más que claro para recordar todo el tiempo a Steve. Viajé por primera vez al continente americano, en concreto a Nueva York. Son tantas las anécdotas que me ha narrado, que cada esquina que doblaba iba acompañada de la voz de Steve teniendo algo que decir absolutamente de todos los rincones de la ciudad. Es que Nueva York es mis padres, Nueva York mola. Entiendo a Eugenio. Él debió sentir en Altea lo que yo sentí en Nueva York, porque yo no me quería ir. Por cierto, yo sólo comparto con Eugenio este sentimiento, y la gratitud de que toda la familia se trasladara a España por su culpa, porque de lo contrario Steve y yo probablemente no nos hubiéramos conocido. Yo a Eugenio ni siquiera le conozco; vive en Altea y creo que no sale de allí para nada de nada.