Monday, January 29, 2007

LA INSISTENCIA DE LUIS


La semana pasada volví a Londres por motivos laborales. Recordemos el lamentable encuentro que tuve hace un año con mi hermano Luis, que vive allí. Desde aquel día recibí llamadas suyas como si de un ex-novio psicópata se tratara. Supongo que no se quedó muy bien después de aquella noche en la que hubo de todo: tarta, charleston, discursos innecesarios y gaiteros escoceses (Mi dispiace Parigi, 2 de marzo de 2006).

Luis insistió incansablemente en hablar conmigo durante un par de semanas pero yo estaba demasiado harta y no le cogía el teléfono o le colgaba. Mi madre me preguntó qué había pasado, pero me negué a contárselo. Al final opté por restringir las llamadas de mi hermano. Resulta que no me ve en diez años sabiendo que voy a Londres cada seis meses, y cuando me ve, no hace más que mostrar reacciones anómalas y contradecirse en sus creencias y actos (como decirme que la gente que proviene del mundo artístico es mala, y presentarse con un amigo arquitecto y otro pintor).

A pesar de todo, esta vez, se enteró de que iba a Londres y con voz de arrepentimiento me llamó y me propuso quedar para cenar y tomar algo en una tranquila zona del este de Londres, en domingo. Mi compañera de trabajo y yo llegamos a Finnsbury Park y anduvimos por un paseo peatonal que tenía un aire de cercanía marítima que daba miedo; el suelo era de tablas de madera y había cubos de basura cada diez pasos, a derecha e izquierda. Todos los bares eran de tipo pub irlandés, pero estaban cerrados porque era domingo. Un auténtico éxito.

Luis apareció de nuevo con su amigo arquitecto, Richard, ese chico tímido y de rasgos orientales en el que no me había fijado aquella noche que salimos por Old Street. Luis sonreía y se le notaba que hacía esfuerzos abusivos por agradar. Quería quedar bien pero nos llevó a cenar a un lugar llamado Perfect Chiken, el equivalente a un kebab madrileño pero más grasiento. Las fotos de la comida pretendían imitar a las del Ketucky Fried Chiken. Al cargo estaba un señor persa y su sobrino. Mi hermano, en un arranque de gentileza, decidió invitarnos. La cena le costó 7 libras (la suya, la de su amigo, la de mi compañera de trabajo y la mía). A mi me daba la impresión de estar firmando mi propio envenenamiento, pero no quise hacer mención.

Después de ciertas conversaciones protocolarias y dominadas por una cordialidad forzada, nos fuimos a una discoteca llamada 101. El lugar estaba lleno de japos trendynistas de flequillo engominado y plataformas, niñatas con anillos de oro y minifalda que salen en grupo, muchachos ingleses de camisa y colonia, y algún que otro personaje motorista de mayor edad que está allí sólo porque necesita un trago.

La gente que era más joven que yo, bailaba, la gente de la edad de mi hermano (cinco o seis motoristas que tenían las motos aparcadas al principio de Carnaby Street) estaban sentados en la barra amarrando su copa y divisando el percal taciturnos. Nosotros éramos una mezcla de ellos: estábamos en la barra y de pie. Sonaban todos los hits del funky de los 70´s, uno detrás de otro y sentí ganas de bailar, pero Richard empezó a contarme que su hermano había conocido a su novia en una boda. La historia me estaba pareciendo conmovedora y fascinante pero de repente me encontré mal, me desconcentré, y educadamente me largué al baño.

Empecé a sentirme francamente fatal. Me cerré con cerrojo. Los dolores estomacales me asaltaron de repente y me obligaron a tumbarme en el suelo del baño, inundado de agua y papel higiénico mojado, pero qué más me daba a mí, estaba a punto de palmarla. Sentía que eso era todo lo que podía hacer, así que estuve un buen rato tumbada, mientras por el hueco de la puerta sólo veía zapatos de chicas que entraban y salían del baño con sus estómagos radiantes y en un estado de salud inmejorable. Pensé que juzgar bajo mi criterio el calzado que llevaban esas chicas, me distraería, pero los calambres en todo el aparato digestivo empezaban a convertirse en algo insoportable.

Al ver que tardaba, mi compañera de trabajo fue a buscarme. Dedujo que estaba metida en uno de los baños, forzó la cerradura y me encontró postrada en el suelo, por lo tanto se asustó y dio un grito, pero bajito, nadie lo oyó. Me ayudó a ponerme en pie, y mirándome a la cara, palidecida de sufrimiento, y con los ojos desorbitados del dolor, me arrastró hacia la salida del 101. Según ella, los chicos nos esperaban fuera.

Cuando salimos fuera Luis me había preparado otra sorpresa. Saltimbanquis. Malabaristas. Lanzallamas. Payasos. Equilibristas. Gigantes. Cabezudos. Palomas. Conejos. Magos. Colorines, carcajadas, folklore, buenrollismo, perroflautas…todo ese despliegue lo único que hizo fue recordarme el concierto del 17 de diciembre. Mi hermano se había lucido de nuevo.

Vomité.

Monday, January 08, 2007

NO TIENES NOVIA


Mi hermano afortunadamente se recuperó. A mi me fue imposible ir a verle al hospital porque me sentía culpable directa de su infarto. Recomiendo a todo el que lea este post, que empiece por el anterior “Sin más” si no lo ha hecho ya, porque sino no se va a enterar de nada.

Temía que al entrar en la habitación del hospital m hermano Javi despertara de su inconsciencia, se incorporara, y que retirándose la mascarilla de la cara, me acusara con el dedo y palabras ininteligibles de su desafortunado destino. Decidí que era mejor que las cosas se calmaran y que olvidara aquel fatídico sábado noche así que sólo me enteraba de su evolución por mi madre, que no paraba de lamentarse por haber sido suya la idea de sacarle de copas. Pero qué demonios, la más culpable ahí era yo, por mucho que ella intentara adjudicarse los méritos.

El resultado del infarto de Javi fue una baja laboral, cosa que le vino que ni pintada, una dieta, una vida tranquila sin disgustos ni alteraciones…a mi me dio la risa cuando me lo dijo mi madre, se me escapó sin querer, ¡estábamos hablando de Javi, que está hasta arriba de trabajo y se pone nervioso hasta cuando le saludan las vecinas!.

Para romper el hielo, llamé a Javi y le invité a un concierto de Los Punsetes que iba a tener lugar dos días después de que él saliera del hospital. Sé que quizá no era el plan más sosegado, pero me sentía en deuda con él, el concierto iba a ser en un local blanco y muy bonito, tenía pensado presentarle a Anntona, se juntaban una serie de circunstancias.

El sitio donde tocábamos en el seno del Madrid jipi, era lo contrario a una discoteca, es decir, había un mercadillo montado, no tenía escenario, estaba demasiado iluminado y no iba a haber prueba de sonido. Cada puesto del mercadillo estaba regentado por su perro y su dueño respectivo, y dos chicas nos recibieron tocando sendos flautines. Era directamente un recinto sin licencia para conciertos. Tocábamos con otro grupo de corte rockcaduco con nombre oriental y componentes de aspecto afro-mod. Este grupo tenía unos temas tan largos, que para tocar dos, necesitaban cuarenta minutos.

Asistió mi hermano Javi, The Birthday, Firstad, El Hombre Tatuado, el Sr. Disparo!, Fer, Latruculenta, Javieeer, y muchas otras gratas amistades que tuvieron la deferencia de arriesgarse a asomar la gaita al extraño evento en el seno del Madrid jipi.

Cuando el grupo de corte rockcaduco terminó de tocar, varios vecinos ancianos del bloque nos esperaban a la salida con nunchakus, katanas, bates de béisbol y puños americanos. Amenazaban con llamar a la poli sino dejábamos de “meter ruido a las diez de la noche que eran”. Las chicas de los flautines se volvieron hacia nosotros con cara de qué le vamos a hacer-no le vamos a hacer nada, y nos dijeron que no podíamos tocar. Mi hermano Javi, en un arranque de coraje, se enfrentó a ellas y nos defendió de la tomadura de pelo a la que estábamos siendo sometidos. Pero ellas se mostraban reacias, sólo les importaba no pasar la noche en el calabozo, o que la policía no les requisara la mercancía.

Mi hermano, enfundado en una furia impropia de su retroacción, se dirigió a nosotros: “¿Por qué no pasáis de lo que os digan y os ponéis a tocar? ¡Y si tiene que venir la policía que venga!.” Afortunadamente era la primera vez que sufríamos un abuso como consecuencia de tener un grupo y no sabíamos muy bien qué hacer, pero acordamos que recogeríamos y nos iríamos.

Nos disponíamos a ello cuando mi hermano cogió la guitarra de J., enchufó el ampli, y para sorpresa de todos, hizo una versión libre de “No tienes novia” de Anntona, que no se podía creer que lo de su popularidad fuera tan en serio. Mientras Javi tocaba ese tema, las chicas de los flautines se quedaban boquiabiertas, yo me moría de orgullo y el resto de Los Punsetes sonreían de satisfacción, los vecinos seguían dando golpes y el público aplaudía más que al otro grupo. Al terminar, mi hermano escupió unas educadas palabras contra la organización y en nuestro favor, terminando con: “Esto no se puede permitir, por favor…”.

Con motivo del indiscutible éxito, J. hizo un video-clip de la canción “No tienes novia” para Anntona, que actualmente está en proceso de postproducción.

Nosotros no llegamos a ver a la poli porque fuimos listos y desaparecimos como el Guadiana, pero nos consta que hubo otra gente que si que tuvo que tratar con los cuerpos de seguridad.

¡Dios! Esta gente que no se controla y se comporta de un modo extraño…