Friday, March 25, 2011

YO ES QUE NO PIENSO

A veces me gustaría no ser así. Daría lo que fuera por ser menos impulsiva y pararme a pensar las cosas. Más que nada para evitar disgustos, el famoso “ay si hubiera”, pero a mi edad asumo que es difícil que cambie.

Todo esto a razón de que en el post anterior utilizaba a una hija imaginaria que me sacaba de la manga como excusa para terminar mi relación con un gótico. Pero la hija la tengo. Vive en Holanda con su padre. Esto es así. Nadie lo sabe excepto mi familia y mis antiguos compañeros de colegio, que no me volvieron a ver el pelo en determinado momento del curso, aunque yo creo que se dieron cuenta, porque me cambié de colegio faltando días para los exámenes de la primera evaluación.

Yo fui a aprender inglés con el colegio a La Manga del Mar Menor, Murcia, una calurosa y primera quincena de julio de mi verano de primero de BUP. Por las tardes unos monitores holandeses nos enseñaban a hacer windsurf. Aprendimos poco porque aquello era como un lago y el día que soplaba algo de viento era un milagro, así que todas las chicas nos pasábamos las horas contemplando las habilidades de los monitores, al enseñarnos las maniobras, que si a virar, que si a trasluchar en las templadas aguas del Mar Menor, Murcia. Todo esto en inglés, claro, porque no sabían español. No entendíamos ni papa, pero es si, nos poníamos más tontas…

Aquellos chavales, que nos sacaban al menos cuatro años, tenían en común un encanto especial de guiri que a mi siempre me ha atraído. Estaban bien formados, tenían el cuerpo dorado de las horas al sol español y las manos trabajadas de andar manipulando cabos y ajustando botavaras. El pelo rubio, casi blanco e hinchado por la sal, y con unos rizos deliciosos. Llevaban sandalias con velcro, los estampados de sus bañadores no estaban vistos por aquí y además eran educados y sonreían todo el rato.

Elko, Jan, Bram, Piet-Hein…Todos parecían iguales, pero lo siento, había uno que a mi en especial me volvía loca porque siempre que hablábamos se me quedaba mirando serio y como pensativo con esos ojos tan azules que tenía. Se llamaba Jens. A mi me daba un vuelco el estómago y le decía con temblor en la voz: ´I going my fiends´ . Y salía corriendo. Pero sospechosamente empecé a aprender inglés a pasos agigantados. Se puede decir que de repente era la que mejor hablaba de todos los alumnos. No, no es que se pueda decir que era la mejor, es que lo era. Todo, evidentemente, lo hice para poder conversar con él.

Por las noches, después de cenar, a los alumnos que teníamos un poco más de edad, nos dejaban bajar al bar del stage, donde los holandeses se relajaban con sus cervezas. Jens siempre se acercaba a hablar conmigo bajo la desaprobadora mirada de los profesores, que se temían que Jens quisiera more than words conmigo. Yo, como estaba en las nubes, ni me planteaba siquiera que pudiera pasar algo entre nosotros, él estaba fuera de mi alcance.

Pero la última noche, nos organizaron una fiesta de despedida y aprovechando que los profesores estaban algo despistados, Jens me cogió de la mano y me condujo a la parte de atrás del stage, donde estaban sus habitaciones, me dijo que quería enseñarme dónde dormía. De repente y no sé cómo, empezó a besarme y me entró mucho calor. Perdí el sentido.

Al día siguiente sólo tenía su dirección y su teléfono de Holanda, muchas lágrimas y una pulsera que me hizo con un cabo, y que me regaló de recuerdo.

Era mi primera experiencia sexual y ni siquiera me preocupé de si podía quedarme embarazada, tenía la firme y equivocada creencia de que la primera vez no te quedas, pero después de tres meses, extrañada, se lo comenté a una amiga de clase y compramos un Predictor. El resultado dio positivo. El muy cabrón me había embarazado, qué puntería, qué desastre. ¿Ahora qué iba yo a decirle a mis padres? ¿Me desheredarían? ¿Sería la vergüenza de la familia?

Obviamente fui el hazmerreír de mis hermanos, el escándalo de mis padres, la hija torcida, poco más que repudiada, me llegaron a decir que había echado por la borda los mejores años de mi vida, que nunca encontraría un marido que me respetara, todo esto después de que mi padre, sin consultarme nada, le gritara por teléfono en español todos los improperios que se le ocurrieron a mi holandés porque él no tenía intención de casarse conmigo. Después yo hablé con él y me dijo que lo sentía mucho y que contara con él.

Cuando nació mi hija, Jens estuvo conmigo y decidimos que la niña se iba a llamar Jensa. Jensa Kalter, vaya nombre para una niña que iba a vivir en España, porque me la quedé yo, claro, hasta que mis padres se hartaron y la mandaron a Holanda con su padre. Por aquellas épocas mis padres si que mandaban en mi.

En qué momento me junté con ese chico, madre mía, yo no sé si es que no pienso.