Monday, July 24, 2006

ANNTONA Y EL DÚO SEICHÉLS


La última vez que nos vimos todos fue hace una semana, organizamos una despedida hasta después de verano. Esta deliciosa reunión anual empezó con un botellón en la praderita de la facultad después de exámenes, y según hemos ido creciendo se ha transformado en unas copas civilizadas sin sentadas jipis, guitarras acústicas, vómitos o confesiones espeluznantes. Como ya hemos crecido demasiado, este año fue una cena en un restaurante griego en la carretera de La Coruña.

Estábamos: Anntona, Argenntona, Sorbonna, Glotonna, Ramonna, Latruculenta, Tery, Gabrielita, Javieeerampudia y Angel. Sus destinos vacacionales eran, respectivamente: islas Seichelles, Munich, Frankfurt, Museo subterráneo de Berlin, Colonia, Dusseldorf, campamento de verano en Soria, Cataluña, Zambia y los Fiordos escandinavos.

Era evidente que cada uno iba a un sitio de su padre y de su madre. La reunión es excitante, pero cuanto menos nostálgica y angustiosa, algunos terminan siempre ahogados en alcohol y con un nudo en la garganta o con lágrimas, -los más sensibles- por recordar que vamos a estar más de un mes sin sentir el calor de los otros.

Anntona y yo trazamos un plan para que la despedida no fuera tan amarga, y no me estoy refiriendo a terminar abrazados al cierre del karaoke de Mostenses tirando las copas en la tapicería de los sofás y cantando canciones en castellano, me refiero a otra cosa.

Anntona y yo una vez hace poco, hicimos un grupo secreto. La idea surgió un día de junio en que Los Punsetes estábamos grabando en el estudio de Ramón. Anntona y yo discutimos porque llevo meses pidiéndole una colaboración a este cantautor gayer desde el día en que le escuché en myspace. Le he apoyado siempre, hasta cuando los allegados decían que su proyecto iba a ser un fracaso rotundo (hoy deben estar tragándose sus putas palabras porque a la vista está su éxito). Pues nada, él rajándose suavemente y dándome unas largas muy feas. Me enfadé y le dije que ahora por listo ya no quería colaboración, quería hacer un grupo paralelo a Los Punsetes que íbamos a ser él y yo, y que se iba a llamar “Anntona y el dúo Seichéls” (Recordemos que la preferencia por estas islas viene de un comentario reciente del mismo Anntona: “RRR: deja a J. y fúgate conmigo a las Seichéls”). Se quejó y me dijo que al ser dos, no podía ser dúo, pero le mandé callar y le dije que era obligatorio y que iba a hacer versiones de la banda sonora de Grease y de los Beach Boys a capella y sin rechistar, y que si no podíamos hacer todas las voces porque los de ese grupo son más gente, nos grabaríamos haciendo parte de ellas, pero que lo iba a hacer por mis santos coj... Los ojos se le salieron de las órbitas porque sabía que la amenaza iba en serio, mientras, el resto de Los Punsetes se lo tomaba a broma “Ay, qué cosas tienes, RRR”…Ha!.

Mientras nuestros amigos se preparaban para una cena y nada más, Anntona y yo nos apresurábamos en grabar algunas de las voces de “Blue Moon”, “Beauty School Dropout”, “Be true to your school”, “Wouldn´t it be nice” y otros temazos muy a cuento con el período vacacional. El grupo paralelo fue secreto hasta el día en que debutamos, es decir, el día de la cena. Después de las mousakas, kolokithakias, y los loukoumades (y el vino), Anntona y yo nos ausentamos discretamente de la mesa para disfrazarnos él de animadora y yo de capitán de equipo de rugby. En el restaurante había un pequeño espacio cerca de las mesas y salimos con nuestro radiocasette y nuestro musicasette analógico con la grabación de nuestro trabajo de los días anteriores, a cantar a capella, con el semblante serio y con lo que hay que tener. Sabíamos que nuestros amigos se iban a reír, pero no nos importaba porque ese comienzo era equiparable al de Anntona, y mira luego…triunfó como la Coca-Cola.

Aún habiéndose reído de nosotros, recibimos muchas felicitaciones de nuestros amigos, por lo que nos hemos planteado seriamente tocar en alguna sala de Madrid o incluso telonear a Los Punsetes (eso significaría el fin de mi etapa creativa en este grupo , tendría que salir siempre vestida de capitán del equipo de rugby por falta de tiempo para cambiarme), pero la verdad es que que todos los males sean ésos.

Monday, July 10, 2006

MARÍA, ¿ESTÁS BIEN?


Hubiera jurado que esa chica iba a mi clase de la Facultad. La había visto más de una vez en el N1 cuando volvía a casa los fines de semana por la noche, pero ella se sentaba lejos de mí, su figura se volvía borrosa y yo ya no estaba segura de si era ella o no. Iba siempre acompañada de un chico muy guapo, ¿su novio, su mejor amigo, su hermano?, no lo sé, pero se pasaban todo el trayecto charlando en voz baja sobre temas profundos, se notaba que iban siempre hablando de la vida. Me daban envidia porque yo iba sola hasta casa.

Cuando la veía en clase entre semana se me olvidaba preguntarle qué búho le llevaba a casa, además se sentaba en las últimas filas con sus amigos (que no eran los mismos que los míos) y como la veía tan seria, tan en su sitio, me daba un poco de palo. Era alta, guapa, parecía ensimismada e inaccesible.

Después empecé a saber más cosas sobre ella, como que su asignatura favorita era la más aburrida de primero de Imagen; preguntaba tímidamente dudas rarísimas en Economía. Parece mentira que tuviera las agallas de plantearle sus inquietudes a esa profesora hostil tipo sargento, de edad avanzada, que se maquillaba los labios con refulgentes tonos de la marca de cosméticos para profesionales de cine, Max Factor, unas cosas propias de estudiante de Económicas, ¡por Dios! todo el mundo flipaba con los planteamientos de la chica morena-caoba de las filas de detrás; era como: “Tía, si tanto te gustan los números, cómprate una calculadora y vete a la Facultad de Estadística”.

El tiempo pasó, el curso siguió y la curiosidad despareció. Momentáneamente. De pronto me empecé a convencer sin razón aparente, de que le caía mal, porque las pocas veces que cruzábamos palabras eran conversaciones desganadas, forzadas y faltas de contenido (no como las que tenía con su fiel acompañante). Ella no me miraba jamás a la cara. Por otro lado empecé a pensar que la chica a la que seguía viendo en el N1, no era ella, de lo contrario, ¿qué necesidad tenía de hacerse la guay y no saludar?.

Todas mis dudas se resolvieron el día en que nos encontramos cara a cara fuera de la Facultad. Ahí no tuvo más huevos que aclarar de qué iba todo esto. Aquella tarde de diciembre estaba a punto de cerrarse la puerta del ascensor de mi casa, cuando ella la abrió apresuradamente y se metió dentro. Venía fatigada. Yo le di al 5º y ella al 18º. Me di cuenta en seguida, pero ella no, así que la miré a la cara y ataqué: “Oye, tú vas a mi clase…”. Mirando al suelo, me contestó: “No lo creo”. El ascensor hizo un ruido anómalo, se sacudió y finalmente paró. Entre dos pisos. Ella se asustó bastante más. Yo, ajena a lo que estaba ocurriendo y cabreada porque me estaba negando la evidencia, me puse insistente e hiriente: “Que sí que vas a mi clase y además sé que vives cerca porque te he visto en el N1 con tu novio”. Ella mientras tanto tocaba el botón de la campanita del ascensor sin pausa y en plan histérico para que vinieran a rescatarnos, pero me miró molesta: “Es mi hermano”. Yo seguí: “Gabriela, ¿no?. Dicen por ahí que eres argentina, pero qué quieres que te diga, no me lo creo, no tienes nada de acento”. Creo que ahí se rindió, le estaba dando un ataque de claustrofobia y se dejó caer hasta el suelo, donde permaneció sentada con la cabeza entre las piernas. “En casa me llaman María, pero llámame Gaby”.

Vale. Me había pasado de lista y no era momento de reproches. Nadie venía a sacarnos de allí así que me senté a su lado en esa superficie de dos por dos. Le pedí disculpas y le expliqué que soy una persona demasiado directa, un poco seca y bastante borde, y que me había molestado que se hiciera la loca. Entonces ella, invadida por las ganas de distraerse de su miedo a estar encerrada me contó que su tía vivía en mi torre y que por eso estábamos allí encerradas, que ella también vivía cerca y después me habló de sus años en Argentina y en Estados Unidos. Accidentalmente mezclamos el ineludible tema del cine con su experiencia en el High School. Me habló de su pasión por Molly Ringwald y los sombreritos que llevaba, pero yo me encogí de hombros porque esa actriz y sus accesorios me sonaba a chino, a pesar de que mi cine favorito ha sido siempre el norteamericano ochentas teen de prom, coronación y crisis de identidad. Casi me muero de la emoción cuando me contó de primera mano la realidad de la lucha de los nerds por convertirse en populares. Gabriela se consideraba nerd, cosa que no entiendo porque está buenísima; no me la puedo imaginar como ella se describía, pero parece ser que no estaba en el grupito de las populares.

Lo bueno es que luchó contra lo establecido. Se enfrentó entre líneas a la belleza norteamericanangelical de pelo rubio que representaba Heather, la capitana del equipo de animadoras (novia del capitán del equipo de rugby), y entusiasmada con el cine, empezó a trabajar en figuración en rodajes de películas teen, intentando coincidir con Molly. Lo malo es que siempre se ha negado a contar en cuáles participó, es algo que lleva muy en secreto (bueno, quizá ya no).

Fue en ese excitante momento cuando vinieron a sacarnos del ascensor, ¡maldición!. En tierra nos esperaba el portero y el apuesto hermano de Gabriela, que con cara de preocupación, le preguntaba una y otra vez: “María, ¿estás bien?”.