Tuesday, December 22, 2009

CASA DE P...LAYA

La chica del tazón de Krispis y yo tenemos algo en común, y es la formalidad. Cuando quedamos con la preciosa chica americana en que nos veríamos en Madrid en diciembre y nos la llevaríamos de putas, estábamos dispuestas a cumplirlo.

Yo me había imaginado ese reencuentro como un frío día de invierno en el que probablemente me pondría pantalones. Sería un concierto en el que tocaría ella con su grupo y como máximo con unos teloneros, pero los planes se torcieron porque aquel concierto formaba parte de un festival. Y había que pagar una fortuna para entrar en él. Estábamos atrapadas porque el precio de la entrada equivalía a nuestro sueldo de todo el mes. Entonces nos entraron las siete cosas y los sudores fríos, pero al final, como somos listas, conseguimos solucionarlo. Aunque no sé por qué generalizo, si la lista es ella, yo pagué mi entrada y sin embargo ella se coló en la sala, cual fresca adolescente que tiene todas las de ganar. Y ganó. Porque no pagó y vio el concierto gratis. Así que cuando me la encontré dentro, gritó: “¡Victoria, victoria!”, como símbolo de su triunfo.

La dulce espera viendo a un grupo que tocaba bajito y raro nos provocó unas ganas tremendas de hablar. Y allí nadie nos dejaba, debían creer que estaban en una biblioteca en lugar de en una sala de conciertos, qué gentuza. Cuanto más nos mandaban callar, más alto nos salían las palabras. Como nos miraban con desaprobación nos fuimos a la barra y no recuerdo qué pedimos, pero nos pusieron una aceituna y una sombrilla en la copa, que le dio cierto toque exótico. Eso, el hecho de que las dos lleváramos vestido finalmente, y el ambiente de ocio y cachondeo, me hizo recordar el mes de agosto en Londres, y cuando se me iba a escapar la lágrima, la chica del tazón de Krispis me despertó: “¡Que empieza ya!”. Tendría tiempo de llorar después.

Nos acercamos al escenario. La preciosa chica americana salió con una camiseta tipo Benidorm años ochenta, una coleta hecha a un lado y una diadema negra con un lacito. Me giré impulsivamente hacia la chica del tazón de Krispis, que se tapaba la boca con las dos manos de la emoción, era su diadema, qué grandioso guiño. Qué estilo, qué manera de tocar los teclados sin mirar, con todos los dedos de las dos manos a la vez, boca arriba, boca abajo, con esa mirada de jefa al público, qué habilidad para mantenernos pendientes, incluso a unos mamones que le pedían que enseñara las tetas. Qué ojos tan bonitos, qué voz tan envolvente entre grave y femenina, qué ambiente tan reverberado, qué delicia, qué corto fue. La chica del tazón de Krispis, bailó y cantó todas las canciones del concierto a mi lado, especialmente Gila, extasiada, como en otro sitio, y a ninguno se nos ocurrió interrumpirla. Yo estuve todo el concierto llorando no sé muy bien por qué. Será porque soy una persona sensible. Tampoco nadie vino a molestarme, lo cual agradecí porque era un momento muy íntimo.

Una vez terminado, supe que tenía que ir a hablar con la preciosa chica americana. Tenía que conocerla y felicitarla, y además concretar lo de las putas. Eso era tarea fácil. La chica del tazón de Krispis la tenía en el bote porque había salido con su diadema a escena. Sólo teníamos que acercarnos a ella, así que la chica del tazón de Krispis le dijo: “Sé que te gustan los lazos y por eso te regalé esa diadema en Londres. Te dije que vendría a llevarte de putas y he cumplido mi palabra”. Allí estábamos las tres, cara a cara. A la preciosa chica americana se le encendieron los ojos de ilusión y le dio un abrazo muy fuerte y cariñoso a la chica del tazón de Krispis. Una vez superado este emotivo momento del que yo sobraba, la chica del tazón de Krispis me presentó como una gran fan de la preciosa chica americana, le dijo que también estuve en Londres pero que no conseguí colarme porque no tengo habilidades para ello. Mientras pasaba todo esto, se me vino a la mente una palabra, bueno tres: “grupi (de mierda)”, y enlacé con una imagen de cuando tenía veinte años y Pelle Almqvist me escribió la dirección de su casa de Estocolmo detrás de la pegatina de una cerveza que se estaba tomando, después de un concierto de su grupo en Madrid. Cuando tenía veinte años estaba bien, pero de repente me dio por pensar que no tenía edad para hacer esas cosas. Aún así ahí estaba, delante de la preciosa chica americana, que era aún más guapa y carismática de cerca. Sólo le dije: “Encantada. Me reconocerás porque no creo que no veas mucha gente con los labios negros por aquí”. Mi comentario le hizo gracia y todo, así que después de romper el hielo, nos pusimos a hablar de lo de las putas. La preciosa chica americana quería ver a Health primero, un grupo que tocaba en otra sala en la que no creíamos que la chica del tazón de Krispis tuviera dificultad para colarse, así que quedamos en vernos allí.

Cuando llegué, había unos puertas muy fornidos en la entrada, y me dio muy mala espina. Entré en la sala y vi a la preciosa chica americana apoyada en la barra, acompañada de los educados y atractivos chicos de su banda. “Ah si, la chica de los labios negros”. De repente la lengua inglesa vino a mi, yo, que no tengo ni papa. Estuvimos hablando de Beyoncé, de las giras, de los sellos discográficos, de los hoteles, del espacio, de Londres, del descanso, de su casa en la playa, y finalmente de nuestra amiga, que mucho me temía que le habían vetado la entrada a la sala esos intransigentes de la puerta.

Como si se tratara de un hechizo, omitimos el tema de las putas. La chica del tazón de Krispis no apareció y como era la anfitriona no llevamos el plan a cabo, de todas formas la preciosa chica americana estaba muy cansada y se iba a dormir en breve. Así que me miró los ojos, como si le hubiera caído bien, me dio un beso en la cara y se esfumó, como un sueño que se te escurre por la mente al despertar, entre la gente que había ido al concierto de Health.

Tuve noticias de la chica del tazón de Krispis mucho más tarde; se había ido al Círculo de Bellas Artes a bailar después de su intento fallido de entrar para encontrarse con nosotras. En su mensaje me decía que le había gustado ver el concierto conmigo. Yo también me alegro de haberlo visto con ella.

Monday, December 07, 2009

LA CHICA EXÓTICA

Al hilo del post anterior, en el que hablaba sobre amigas que huyen detrás de hombres hacia destinos alejados de la capital de España, sigo con una historia que merece un punto y a parte, porque a esta amiga se la llevó un buen día un señor mayor que ella, y hasta hace poco no hemos vuelto a verla de cerca.

En esos días tontos gallegos en los que no se podía ir a la playa y a las gemelas de Mariví se les daba por ir a comprar chucherías (que pocos años después empezaron a sustituir por los pasteles de jachís, las tartas de marihuana, las ensaimadas de heroína), mi hermano y yo salíamos con ellas por no hacer enfadar a mi madre. Un día fuimos en autobús a un pueblo cercano, porque en el nuestro no había recreativos. No es que fuéramos ludópatas, bueno, las gemelas de Mariví, si; el caso es que nos desplazamos allí a ver si nos encontrábamos con algo de gente joven.

Al llegar, las gemelas de Mariví saludaban a todo el mundo como si fueran el Papa. En ese sitio había un follón, un ruido, unas voces, una exaltación de la violencia, un ambiente cargado de vicio y autodestrucción, así que decidí irme fuera. Al rato, las gemelas de Mariví, muy atentas, salieron a ver si me encontraba mal o me faltaba de algo, y fue en ese instante, cuando aparecieron dos chicas; una era una réplica de una exactitud incalculable de Janis Joplin. La otra iba con uniforme de colegio y Allstares de color rosa. La miré de arriba abajo y le dije: “Pero si estamos en agosto, ¿qué haces con el uniforme?” y ella me contestó: “Ya te darás cuenta con el paso del tiempo de que soy muy diferente a lo que conoces por ahí”. No le faltaba razón.
Era mucho más alta que yo, tenía las piernas muy largas, la boca grande, el pelo rosa y los ojos enormes, era muy exótica. Sólo me contó que su padre era gallego y que su madre era de un país asiático, que había nacido aquí y que nunca había ido a Asia, pero que tenía muchas ganas de conocer aquello. Me quedé con ganas de pedirle el teléfono porque no tenía acento gallego, de lo que se deducía que vivía en Madrid. Pero pasó el verano y no la volví a ver.
Pocos meses después, estando en una conocida macrotienda de discos por la zona de Callao, me disponía a arramplar con el último ejemplar del disco de Supergrass I should coco, cuando otra tía lo cogió por el otro lado y empezamos a tirar cada una de una esquina, discutiendo sobre cuál de las dos lo había visto antes. Al final rompimos la caja de plástico, y libreto y CD salieron volando por los aires. Nos miramos con furia, pero enseguida nos dimos cuenta de quiénes éramos, y nos dio un ataque de risa, claro. Ella era la chica del uniforme, que esta vez llevaba pantalones de cuadros.
A partir de ahí todo fue presentarnos a nuestros amigos, intercambiar cintas de grupos, empezar a salir por Malasaña, montar un grupo, tocar en el Retiro, perseguir a chicos con el pelo largo, reírnos mucho, ir a conciertos y dar paseos muy largos por el centro, ir al McDonald´s, ir al cine, teñirnos el pelo de colores raros, vestirnos todavía más raro y pensar qué íbamos a ser de mayores. Fueron unos años muy coloridos de los que recuerdo que nos juntábamos una buena cuadrilla de chicas: la Muñequita Islandesa, la Chica Exótica y otras tres tías más de las que hoy sabemos poco. La Muñequita Islandesa y yo siempre comentábamos que la Chica Exótica tenía porte de modelo; tan alta, tan guapa y tan elegante. Ella se reía de nosotras como si hubiéramos dicho una incoherencia.
Pasados los años, cada una decidió tomar su camino profesional, pero yo notaba que la Chica Exótica no se ubicaba del todo en su elección universitaria. Pero sucedió algo que le hizo dejar de pensar. Un buen día de esos que habíamos quedado en el metro de Tribunal por la noche, con gesto sombrío nos dijo que un tío mayor de una agencia de modelos le había echado la caña un día que estaba en una cafetería y que se iba a recorrer las pasarelas del mundo. Estaba asustada porque todo había ocurrido demasiado deprisa y no sabía si iba a salir bien.
Así fue como dejó la carrera y se fue de Madrid por exigencias del guión. Vivía entre Nueva York, París, Milán y Londres. A veces la llamábamos todas desde casa de alguna y nos contaba historias interesantes sobre los sitios en los que vivía, las otras modelos y las fiestas. Era una satisfacción ver su foto en resvistas de moda en ediciones italianas, francesas...
Ella no cambió nunca su condición de amiga aunque estuviera lejos. Siempre tenía una palabra de ánimo, incluso aunque viniera de trabajar dieciséis horas sobre unos tacones de dieciséis centímetros. Por eso, cuando la Muñequita Islandesa me comunicó que se marchaba a Barcelona, la llamé llorando como una desgraciada porque ahora mis dos mejores amigas estarían lejos. “Y encima he tirado la colección de vinilos y después el tocadiscos-y se ha roto todo-y por poco no parto la crisma a un señor que pasaba por ahí-y la Muñequita Islandesa se va-y tú vives en Nueva York…” menuda perra cogí. Ella me consoló mucho.
Once años después de vivir en todas partes recibí una llamada de la Chica Exótica. Estaba cansada de la vida nómada, del ajetreo de la moda y me reconoció que, ahora que había hecho mucho dinero con esto, iba a volver a Madrid a estar con su gente e iba a dedicarse a algo que le había gustado siempre: el estilismo de moda. En nuestro primer encuentro, la encontré aún más atractiva que de joven, me recordaba a una actriz japonesa que salía en una reciente película de una directriz catalana. “Porque en el fondo, RRR, me fui con ese cazatalentos guiada por la ciega avaricia del dinero, sólo por eso. Aunque mirándolo bien… me da para estar una larga temporada en el paro…”- me contaba tomando unas bravas cerca de la calle Postas con su gorro de gato puesto. Me alegro tanto de verla tan de cerca ahora.

Wednesday, December 02, 2009

TENGO MIEDO

La historia se repite. Una y otra vez. Esto es equivalente al mal hechizo que cayó sobre todos mis hermanos y creo que sobre mí también, eso de que no demos descendencia a mis padres. La vida me ha vuelto a castigar.

Felices eran los años en los que estudiaba en la Facultad de Ciencias de la Información. Lo único de lo que tenía que preocuparme era de aprobar y de superar mis pequeños problemas, como darme cuenta de que el chico que me gustaba no me hacía caso, que en los sitios a los que fuera por la noche pusieran la música que me gustaba, o que era posible obtener el carnet de conducir si permitías que el examinador te rozara la pierna… Todo esto era peccata minuta en comparación con los problemas que se me vinieron encima cuando crecí.

En esos años hice muchos amigos y amigas, pero ya no aguanto más. Tengo miedo. Sufro mucho. Todo esto es porque con el paso del tiempo, mis amigas se iban haciendo novias de forasteros. Al principio tenía mucha gracia ser estudiante universitaria y estar con la emoción de que tu amiga se fuera de fin de semana a visitar al muchacho a ver si la cosa cuajaba, o que él viniera a Madrid, te lo presentara y tuvieras la oportunidad de comparar tus impresiones con lo que realmente tenías delante. Hasta yo misma me presté a una relación con un chico que vivía lo suficientemente lejos como para no poder ir juntos al cine el día del espectador, pero lo importante es que al final no prosperó y decidí empezar a salir con chicos madrileños, o por lo menos que vivieran aquí. Pero no fue así en el caso de mis amigas. Y ahora no puedo verlas cuando quiero.

De todas ellas, empezaré con la que me llevé el palo más fuerte. Ella y yo empezamos a hablar en primero de carrera, en una reunión de jueves de la gente de clase, en un bar de Malasaña en el que ahora ponen una música malísima. Ella era islandesa del mismo Rejkavik y había venido a estudiar con una beca, pero al final le gustó tanto España, que terminó la carrera en Madrid. Aquel día, no sé si sería su acento, sus rasgos lapones o el contenido de la conversación, pero nos dimos cuenta de que eso era el principio de una amistad muy fuerte, de hecho desde entonces hemos compartido todo y hoy es mi mejor amiga. Recuerdo que cuando yo lo dejé con ese chico que vivía lejísimos, ella me trajo una tila y me recitó el refranero español de cabo a rabo para que dejara de llorar. Me acuerdo de que era muy punky, y se ponían vestidos palabra de honor para ir a conciertos de Porretas, se los tenía que sujetar con las manos del escote, porque le gustaba botar. Parecía una muñequita. También me acuerdo de cantar Stand by me, California dreaming y Surrender a dos voces en nuestros viajes en metro. De repente un día me dijo que estaba dispuesta a irse a vivir a Barcelona para formalizar la relación con su novio, con el que llevaba varios años. Yo por supuesto me alegré por ella, pero al llegar a casa no pude evitar tirar por la ventana toda mi colección de vinilos de diez años, seguidos del tocadiscos. Me despaché a gusto, pero luego estuve llorando y ella no estaba presente para recitarme el refranero. Nunca ha sabido nada de esto, no quiero parecer una novia celosa. Por esta razón no puedo oír la palabra “vinilo”, me pongo enferma. Hoy ella habla castellano y catalán como si fuera nativa, lleva muchos años fuera y es feliz allí, y yo aquí, su novio es la mejor persona de esta vida, pero no nos engañemos; los fines de semana son una mierda sin ella.

Otra que cayó en las garras de un catalán fue Maríaestásbien, la chica de mi clase, de la que me hice amiga gracias a un incidente en el ascensor. Nuestra amistad llegó más tarde, pero si le preguntan por Petronilo y el Corripio, seguro que sonríe. Qué años postuniversitarios más buenos. Cuando estábamos en la mejor temporada del club de los solteros, a Mariaestásbien se le ocurrió iniciar una serie de visitas con una reincidencia de descaro múltiple a la ciudad condal. Aunque lo parezca, yo no soy tan tonta y me imaginaba algo, así que hace dos años y medio se inventó la excusa de que claro, tenía que ir al Primavera Sound, y doy fe de que conocía a cero grupos de los que tocaban en ese festival. Así que se me ocurrió hacerle una perrería. Yo no quería por nada del mundo que se fuera a vivir a Barcelona, como la Muñequita Islandesa, así que fui a su casa y le monté un numerito: “¿Cómo se te ocurre ir a ese festival sin mí, y hacer planes por tu cuenta sin contar conmigo? Pues o vamos las dos o no vamos ninguna”. Encendí mi mechero y acerqué la entrada del Primavera a él. Por poco salimos ardiendo. Me marché airada. Desde aquí le pido disculpas, porque estuvo muy feo. Poco a poco me di cuenta de que estaba equivocada y que mis pataletas no iban a impedir que se forjara un amor latente. Y además me parece muy bien porque Carlas es muy alto y seguro que les salen unos hijos muy guapos.

Una buena y relativamente reciente es el disgusto que tengo como consecuencia de que Tery haya empezado a estudiar Farmacia. Tery llevaba un abrigo con el pelo muy largo durante la carrera que llamaba bastante la atención, y cuando le pedían una cita no podía evitar que le entrara un ataque de risa, como respuesta negativa al pretendiente. Pues ahora no sale conmigo, no quiere merendar tortitas en el Vips, no me coge el teléfono y no me pone atención. Además su novio, que ahora vive en Madrid, la quiere raptar en plan fakir y llevársela a la zona de Andalucía, no sé exactamente dónde, porque sino iría allí a esperarlos y le diría: “Eh, tú, devuélveme a mi amiga”. Ella cada vez que él insinúa que se la va a llevar secuestrada de Madrid, le da una risa tonta de la que se deduce que no le va a costar nada irse y dejarme de nuevo sola, a pesar de que está igual de triste que yo por la marcha de nuestras dos amigas de la facultad. Espero que algún día entre en razón, sea solidaria y se compre una Farmacia para vender medicamentos en Madrid.

La última y ya la razón definitiva que me ha llevado a contar todo aquí, ha sido Maican. Debido a que ha habido un tiempo demasiado largo sin contacto visual, porque sólo nos hemos estado enviando mensajes del tipo “Parece que se ha quedado muy buena la tarde”, el otro día quedamos para comer. La llevé a un sitio muy elegante y se quedó encantada. Después merendamos magdalenas de chocolate, Bueno, yo sí, ella no. Y me habló de visitas a su ciudad natal, porque en el fondo vive enamorada de los paisajes del norte, del césped mojado, de las playas rocosas y de las casas grandes. Me levanté de la mesa de la merienda en cuanto mencionó aquello. Y allí se quedó. ¡Es que me van a dejar más sola que la una a este paso! Así que le tocó pagar a ella mis magdalenas. Porque tengo miedo.