Friday, March 24, 2006

LA TECLA DE INTRO

Los Punsetes se volvieron locos en el ensayo de ayer. Muchos incidentes ocurrieron antes y después de la cita de las nueve en el local. Pero sobre todo había un par de buenas noticias.

Por eso no entiendo que los chavales, cuando nos disponíamos a empezar el ensayo, tristes y en silencio, dejaran los instrumentos, encendieran cigarros, fueran al bar, compraran cervezas y gin tonics. Después afinaron la guitarra, el bajo y se sentaron encima de sus amplis, enfrente de la batería y empezaron a charlar. Se apalancaron y permanecieron serios a pesar de las buenas noticias.

Yo me quedé de pie. Por un momento pensé que estaba hablando con robots programados, el ambiente rozaba lo místico. Hace mucho tiempo ellos cuatro escribieron una canción entre todos, “Juegos florales” y la experiencia fue buena. De repente alguien propuso que debíamos escribir un texto los cinco juntos, una novela, un relato sobre nuestras vivencias, un yo no sé qué de ficción, para publicarlo o no, pero siempre con ánimo de lucro. Al fin y al cabo todos somos de letras y nos gusta escribir.

Cuando digo que nos gusta escribir lo digo en el amplio sentido de la palabra. Todos parecían querer implicarse en esta nueva idea en común, estaban seguros de que iba a salir bien, aunque iba a costar mucho tiempo, quizás ocho meses. Debíamos ser concisos y no extendernos, ni caer en el colorín, la alegría, el pastiche, el floripondio y la limpieza. Sin embargo, si en el trasnoche, la nostalgia, el cambio, el desorden, la sangre y la imperfección.

La conclusión fue que el texto debía ser escrito a máquina. Necesitábamos una máquina de escribir y una persona que transcribiera el trabajo. Y las miradas se volvieron hacia mi: “¿Crees que serás capaz?”.

¿Capaz de no utilizar Windows, la tecla de intro?…no lo sé, no sé si podré.

Friday, March 17, 2006

QUE TÓ LOS MALES SEAN ESOS


Tirma, Bárbara Alessandro y yo. Los cuatro pidiéndonos una coca-cola un jueves a la una de la mañana en el Bar Oscar de la Plaza de Sto. Domingo. Veníamos de ver el corto de Nacho y otros tres más en Capitol.

Y nos sentamos en una de las mesas. Detrás de nosotros, sentada una pareja de personas de ésas que ya no tienen edad para decir que son novios y por eso dicen que son compañeros sentimentales. No estaban exactamente uno enfrente del otro, sino en diagonal. Ella rubia platino. Él rojo, del alcohol, supongo. Estaban a punto de empezar a cenar…a la una de la mañana.

Desde mi sitio no controlaba la situación, porque estaba de espaldas a ellos, así que aproveché que el camarero les llevó la ensalada a la mesa para girarme descaradamente y comprobar que la situación era muy rara. Y si, era rara porque era una ensalada gigante, como para trece personas, con lechuga y cebolla. ¿Quién quiere una ensalada de lechuga y cebolla…?.

Tirma, Bárbara, Alessandro y yo seguimos a lo nuestro y de repente me volví a girar y vi que el hombre de la cara roja se estaba metiendo un bistecazo entre pecho y espalda a la una de la mañana. Y eso me dio mucho qué pensar.

En otro corto que no era el de Nacho, y dirigido por una mujer, salían tres hombres hablando seriamente mal a sus parejas. Uno de ellos, el que más asco me dio, hablaba de su pasión por el sado indirectamente con su pareja, en un restaurante, mientras se comía un bistecazo.

Thursday, March 09, 2006

MILAN SI QUE SI


Paris me desplace. Tengo que ir dos veces al año por trabajo a la ciudad de los enamorados ¿cuál amor?, a la ciudad de la moda ¿me pueden explicar dónde se esconde? Y a la ciudad de mil cosas más que la gente ve y que yo todavía, después de muchos viajes, aún no he descubierto.

No sé si será cuestión de que la ciudad físicamente no me seduce, de que los parisinos nunca me han tratado bien, será el frío que hace, o puede que sea que he tenido unas experiencias tan malas allí, que de verdad que no me importaría que me castigaran sin volver nunca más.

Desde luego hubo un viaje que tengo especialmente grabado en mi memoria. El viaje empezó mal desde el principio porque el taxista que nos llevó al hotel nos ofreció unos bombones envenenados o caducados, o no sé qué, que nos hicieron tener alucinaciones y vomitar a mis dos compañeras de trabajo y a mi, durante unas horas. Sabemos que no se debe tomar nada que te ofrezca un extraño, pero no le íbamos a hacer el feo al chaval, encima de que era simpático…(y eso en París es un valor difícil de encontrar).

Lo del hotel también fue gracioso: ya nos había pasado otras veces y habíamos pedido en el trabajo por favor, que no nos llevaran a la zona del Moulin Rouge porque hay mucha prostitución y por la noche no se puede andar por ahí porque te puede pasar cualquier cosa, pues ¿qué vemos por nuestra ventanilla poco antes de que se detuviera el taxi delante de nuestro hotel? ...SEXODROME. Pues nada, nos tocó intentar cambiar de hotel un viernes, que es el peor día, deprisa y corriendo y con el estómago revuelto.

Fuimos andando hasta la Rue Clichy y de camino había un montón de tiendas raras. En un escaparate nos detuvimos porque nos llamó la atención un sillón que había, como de jefe de tribu africana, con un pedal en la base, que movía una noria de lenguas que daban justo ahí…una vergüenza.

Llegamos al hotel decente, que estaba al lado de los Champees Elysses y tenía mucha mejor pinta, a pesar de que el señor de recepción puso mala cara cuando pedimos una habitación tranquila. Estábamos deshaciendo las maletas y haciendo turnos para ir a vomitar al baño, cuando una de mis compañeras fue a abrir el armario y se quedó con la puerta en la mano. Una puerta de semejantes dimensiones pesa mucho y se le cayó encima. Quedó sepultada y la tuvimos que ayudar entre las otras dos a salir de ahí.

Durante el día nos movimos en metro para ir a los sitios. Es algo que sólo me ha ocurrido en París, cuando hablas en español, las personas que están a tu alrededor te miran peor que mal, en plan soberbio y por encima del hombro, hasta que decides callarte, más que nada porque es incómodo tener a alguien encima de la chepa, amenazante.

Por la noche, después de una jornada de trabajo, lo único que le apetece a uno es acostarse y descansar. Pero de repente suena el despertador y no te puedes creer que te tengas que levantar. Pero en ese caso no era el despertador. Eran las 3 de la madrugada. El estridente sonido provenía del pasillo. Era la alarma de incendio. El hotel se estaba quemando y nuestros vecinos de habitación, japoneses en su mayoría, cogían sus abrigos de Chanel, Prada… comprados en la Avenue Montaigne y bajaban apresurados al hall. Y allí bajamos nosotras tres con el picardías, los billetes de avión en la mano y sin maletas, a reunirnos con el resto de los huéspedes, que esperaban con los brazos cruzados y el ceño fruncido una explicación del niño en prácticas de recepción. Pero el pobre sudaba y se encogía de hombros porque ni él mismo sabía si el hotel ardía (y nosotros dentro) o no.

Al final resultó una falsa alarma, alguien se puso a fumar al lado del detector de humo y por eso saltó. Volvimos a la habitación pero dormimos fatal porque cualquiera se relajaba…

El domingo nos levantamos de mejor humor porque volvíamos a casa. Pero nuestra aventura no terminó ahí porque estábamos facturando en el aeropuerto, cuando de repente entraron unos chinos-franceses vestidos de militar y se pusieron a dar voces y a hacer gestos de que nos apartáramos porque había una amenaza de bomba. Alguien había hecho la gracia de dejar una mochila sola y eso nos provocó otro disgusto más porque creíamos que no nos íbamos de ese país ni a la de tres. Al final llegamos a Madrid sanas y salvas, pero con mucho pesar. Que me comparen Milan con París, vamos…!.

Thursday, March 02, 2006

MI DISPIACE PARIGI

Hace cinco fines de semana me vi con mi hermano Luis en Londres. Lleva diez años viviendo allí y jamás ha tenido tiempo (según él) para quedar conmigo, porque su trabajo es muy absorbente (y trabaja en un banco con un horario…). Por cierto, le he dado la dirección de mi blog para que lea todo lo que pienso de él.

Teniendo en cuenta que yo viajo a Londres dos veces al año por trabajo, debería estar muy enfadada con él, pero de todos mis hermanos Luis es el más guapo y el que más cara de bueno tiene. Llevábamos sin vernos prácticamente dos años, no conocía nada de su vida en Inglaterra porque cada vez que le pregunto a mi madre qué tal Luis, me suelta un “bien” seco y a secas, que da pena.

Después de tomar una pizza en el Domino´s de Angel, mi compañera de trabajo y yo nos dirigimos un sitio en Old Street donde nos citó mi hermano. El edificio hacía esquina, una esquina redonda. Por dentro, el bar era oscuro y estaba lleno de humo y de gente. La barra seguía la misma forma redonda del edificio. Al fondo, unas chicas altas y delgadas vestidas de charleston berreaban y bailaban un himno inglés de los años 70, los chicos en general con chaquetas de pana bastante polvorientas y el pelo desordenado; la gente era normal, la música estaba bien.

Poco después apareció Luis acompañado de dos tíos más de mi edad que de sus treinta y siete años; uno con rasgos orientales y otro moreno que parecía español. El oriental saludó en español y el moreno en inglés, así que no di ni una. Los dos amigos que traía mi hermano eran llamativos, pero teniendo en cuenta mi preferencia por todo lo que venga de Oriente, debería haber prestado más atención a Richard, que así se llamaba este chico medio filipino medio español llegado a Londres hace ocho años. Me cayó muy bien, aunque al principio parecía tímido, pero a quien estuve mirando toda la noche fue al moreno, natural de Londres, cuyo nombre se me olvidó y no logro recordarlo. Lo peor fue cuando empezó a hablarme en un delicioso acento cercano al cockney. No pude evitar decirle que me encantaba cómo hablaba, y él me respondió que bueno, que él sólo se limitaba a decir las palabras, así que me hizo sentir bastante “para qué hablo”. Me explicó que su acento no era cockney, sino de persona londinense de clase media, pero que era parecido. A mi me encantaba.

En cierto momento de la noche, mi hermano me cogió por banda y me echó una charla sobre las profesiones liberales que yo había elegido (el cine, la moda y sobre todo el cante) y el mal ambiente que según él hay en esos mundos. Claro, que para Luis todo lo que se aleje del cálculo matemático y el banco donde trabaja, es una profesión liberal. Traté de no escucharle pero me hacía tanta gracia eso de: “¿Has probado alguna vez la coca? Porque dicen por ahí que los cantantes y los actores se meten…yo creo que deberías dejar esa vida, en serio…” El se mostraba firme y pensativo y yo sonriente e incrédula, así que se enfadó conmigo.

Hay que tener en cuenta que Luis es de ese tipo de personas que siempre está en lo cierto, así que lo mejor es darle la razón en todo. Recuerdo el día en que se metió con mi hermano Antonio porque escuchaba Lighthouse Family. Luis no soportaba al cantante porque decía que era un buenrollista. Tus intentos por convencerle serán en vano, porque se ajustará las gafas y te dirá: “No”.

Poco después su amigo el moreno me ofreció medio éxtasis (a mi, Sandra Dee) a escondidas y además me enteré de que Richard es arquitecto y que el moreno es artista; pintura e instalación…así que qué me estaba contando mi hermano…

Luis y sus amigos demostraron que eran personas casi normales hasta que cerraron el bar. Al salir, justo en la puerta había una mesa con dos sillas de madera. Juraría que no estaban allí cuando llegamos. Encima de la mesa un plato de cartón con un trozo enorme y descomunal de bizcocho de fresa medio roído. No se les ocurrió otra cosa que engullir los restos del postre que alguien, no sabemos quién, ni qué enfermedad puede tener, había dejado allí. Mi hermano no dudó y se unió a ellos. Nosotras mirábamos.

Poco después salieron de algún lugar cinco gaiteros escoceses con sus faldas y su semblante serio, tocando Sunday Girl y se pararon delante de nosotros, como dedicándonos el hit. Conmovedor hubiera sido en otro momento de mi vida, en serio, pero estaba cansada y un poco enfadada, y mi compañera de trabajo también, seguro que era una de las tácticas de mi hermano para captar mi atención, pero esta vez no iba a funcionar, así que como acto reflejo nos acercamos a la carretera y cogimos un cab que pasaba, aprovechando que gracias a la concentración de los tres por engullir, no se iban a dar cuenta de nuestra escapada. De camino al hotel, las dos en silencio, mirando cada una por su ventanilla, algo recostadas sobre el sillón y las piernas estiradas hacia el frente, decidimos olvidar el escándalo que habíamos presenciado, el ruido de las gaitas y el acento cockney del atractivo chico moreno.