Friday, May 11, 2007

RAMONE Y LOS CAPRICHOS TARANTULARES


Un día RRR. le dijo a J.: “Yo quiero tener un hijo marinero” y sus deseos fueron órdenes para él. Habían estado escuchando demasiado tiempo un grupo llamado Tarántula. Habían tenido un colapso demasiado emocional. Habían creado un vínculo umbilical con el cuarteto de Barcelona.

RRR. había perdido la inquietud por los hallazgos musicales. El afán por encontrar algo nuevo se había convertido en apatía, dejadez, hastío, aburrimiento, desinterés, y cuando RRR. hacía patrones en casa, los hacía en silencio, no ponía música como en la adolescencia, estaba saturada de oferta equivalente y estaba medio enfadada con la gente que hacía música.

Y un buen día la llevaron a un concierto de un grupo de Barcelona que desconocía en absoluto. Eran cuatro troncos con tatuajes talegueros, gafas de sol de dimensiones gigantes para sus caras chupadas, peinados rockeros, vestidos de negro. El front man, larguirucho y trasnochado, con maracas y voz de macho; el teclista apartaba los dedos rápidamente de las teclas como si quemaran, los coros se burlaban de la depuración técnica de los tonos altos…era un grupo con presencia, buenas canciones y mejores letras. Ellos eran Tarántula, el grupo que RRR. había esperado tanto tiempo. Entonces se dio cuenta de que no necesitaba la aparición de una marcianada para sentirse atraída de nuevo por la música, porque Tarántula eran cuatro tipos que no iban de raros, que se notaba que estaban convencidos de lo que hacían y que sobretodo, estaban divirtiendo a RRR. En aquel concierto las letras se entendieron con total claridad; hablaban de sucesos náuticos, fauna marina, naufragios en crisis juveniles, sentimientos arácnidos y seducción de mujeres con lenguajes históricos. Y RRR. cayó enamorada automáticamente, por lo tanto se hizo con el disco del grupo.

Y aquel cd sonó en loop durante muchas semanas en la radio del coche de RRR, y el entusiasmo fue compartido por el resto de Los Punsetes, que no paraban de gritar “Larga vida a Tarántula!”.
Lo mejor de todo es que tenían una canción que se llamaba “Esperando a Ramón”. Vaya por dios, era el nombre que RRR. siempre había querido para su hijo. Eran demasiadas coincidencias y RRR. decidió que quería tener un hijo marinero, como en la canción “Amarraje”.

Ramone García aprendió a hablar escuchando a Tarántula. Cuando tenía dos años, preguntaba qué era “cópula”, “urticante”, “juvenciales” y antes de cumplir los tres preguntaba la diferencia entre un empresario y un secreta. Con cuatro se paseaba por la calle de la mano de su madre con una gorra de marinero y pedía continuamente visitar el acuario del zoo. A los cinco años pidió una mascota para Reyes…es evidente que quería una tarántula, y J. y RRR., que habían sido los primeros que le habían educado amando a Tarántula, no podían contradecirse de esta manera, así que resignados, le regalaron un ejemplar de tarántula Goliath, una hembra.

Ramone cuidaba al animal con responsabilidad, dulzura y cariño, como si se tratase de un corriente hámster o un canario; jugaba con la tarántula, dejaba que le recorriera el cuerpo con toda tranquilidad, y decía que le hacía cosquillas. Tarántula, que era el nombre que Ramone le puso, no le picó jamás en los trece años de vida que compartieron juntos.

Parecía que las letras de las canciones de aquel grupo que escuchaban sus padres de jóvenes, se habían aferrado a la mente de Ramone como pautas de comportamiento y pensamiento. A esta extraña actitud, J. y RRR. le llamaban los caprichos tarantulares, y comprendían prontos como adoptar una tarántula por mascota, la necesidad de visitar el acuario, o la última ya, a la edad de dieciséis: quería marcharse a vivir a un pueblo de la costa para ver cetáceos y convertirse en marinero. Eso suponía abandonar Madrid, sus estudios en el conservatorio, su familia, su vida. A RRR. ya no le hizo tanta gracia eso de “Yo quiero tener un hijo marinero”, pero supuso que era un castigo de dios, y como dios aprieta pero no ahoga, ella y J. decidieron mandar a Ramone a un humilde pueblo de pescadores de la Costa da Morte, con la intención de que se diera cuenta que se estaba equivocando con su decisión.

Por desgracia, Ramone fue feliz en aquel lugar durante dos años hasta que falleció Tarántula. Sufrió un duro golpe y como si de una enajenación mental se tratara, Ramone rompió con el vínculo umbilical que le ligaba al mundo del tarantulismo, se dejó de caprichos tarantulares y entonces fue cuando se planteó marchar a Estados Unidos a vivir de la música, pero eso ya es otra historia.

Thursday, May 10, 2007

CATATONIA ATESTIGUADA

La cantidad de perfume que dejaba esa mujer en el ambiente a su paso, era directamente proporcional a la cantidad de colorete que llevaban sus mejillas; un color entre burdeos y rosado que destacaba en su piel apresuradamente bronceada. Venía de las Maldivas y había parado a cenar al mismo restaurante que mis padres, parte de mis hermanos y yo. Estábamos en Milán de vacaciones, en el verano del ochenta y seis.

Aquella señora entró al restaurante, pasó por delante de mí y se sentó en una mesa situada en diagonal a la nuestra. Iba vestida como una chavala, con vaqueros y camiseta blanca, y el pelo, a media melena, rojizo y suelto. Estaba con su marido y su hija. Desde mi posición yo sólo le podía ver un cuarto de la cara. Aquella mujer rozaba la perfección plástica. Era mi segundo ataque de catatonia transitoria. Me quedé mirándola embobada, y me pasé parte del postre y los cafés sin quitarle ojo.

Mi familia estaba demasiado concentrada en volverse loca con el vaiven de gente adinerada que paraba por aquel restaurante. Era la época dorada de Gaultier y sólo se veían mujeres con lo que hoy creemos maquillajes exagerados por los colores estridentes; melenas rubias con cortes imitando el de Lady Di, enjoyadas y vestidas con trajes de tipo Chanel a lo Nancy Reagan y subidas sobre tacones de aguja, marcando su condición de ejecutivas. Otras mujeres, más desenfadadas iban con blusas con hombreras de jugador de rugby, cinturas marcadas y cadenas de oro por cinturón. Recuerdo nítidamente a cada mujer que pasó por delante de mí, los colores y las prendas con las que iban vestidas como si fuera ayer, pero sus pasos se ralentizaban, su pelo se movía apelmazado, y el sonido de las voces de la gente de aquel restaurante, se me hacía lento y pesado, como si estuviera sumergida en una piscina.

Yo no era capaz de mostrar ningún sentimiento o juicio hacia esas mujeres que desfilaban por delante de nosotros, ni siquiera hacia la primera que vi, que me dejó fascinada con su sencillez y su belleza inusual, todo ello porque me estaba dando mi segundo ataque de catatonia transitoria. Desde fuera parecía estar tan tensa como el señor Ruiz Gallardón en las fotos de su campaña electoral, pero eso a mi familia le daba igual, ellos estaban embobados con el panorama como Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí”.

Y como si ya estuviera harta de la indiferencia, mi cuerpo decidió soliviantarse y me dio un discreto ataque de tristeza, desperté y me puse a llorar. Pero como es muy frecuente que los niños de ocho años lloren, ese pequeño incidente pasó sin pena no gloria por aquel lugar; ni hubo un silencio sepulcral, ni saltó ningún comensal ofreciéndose a ayudar porque era médico, ni nos hicieron un corro, ni hubo persona que preguntara por mi estado preocupada, ni vino ningún camarero ofreciendo un vaso de agua, un trozo de tarta o una ambulancia. Ese ambiente cinematográfico prometía un desarrollo melodramático y un desenlace feliz porque no olvidemos que mi salud estaba en juego, pero allí cada uno siguió a lo suyo y mis padres decidieron llevarme al hotel a ver si me tranquilizaba.

Poco antes de irme, la mujer de las mejillas agresivas y el rastro de perfume caro, abandonó la mesa y por primera vez la vi de frente. Ella me miró y con gesto maternal me sonrió abriendo la boca y de pronto tenía los dientes demasiado grandes, picudos y más separados de la cuenta, que unido a unos ojos felinos y claros dentro de rostro redondo, la piel demasiado bronceada…Agh!, esa tía se parecía a un personaje de una película que había visto hacía poco.