Monday, October 11, 2010

LAS CITAS Y LOS ATUENDOS INDETERMINADOS

“Pues chico, no sé, tendría que verte fuera de clase vestido con ropa normal”. Esta fue mi contestación a la cita que me pidieron la semana pasada. Un chico del gimnasio con el que me quedo hablando después de clase, al que yo ya consideraba amigo, de buenas a primeras me dijo que me invitaba a cenar a un restaurante él y yo, el viernes, si me iba bien.

Estas situaciones son francamente incómodas, especialmente cuando no te las esperas y encima la persona te cae bien y no te has planteado nada más con ella. En estos casos mi mente empieza a procesar la información, y guiada por la incredulidad, termino respondiendo el mayor de los despropósitos y provoco una reacción en el otro bastante negativa e hiriente.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que en la cita él no llevaría el atuendo deportivo que lleva en clase, y que como yo soy una persona con ciertos prejuicios y determinadas indumentarias me producen urticaria, no quería encontrarme con una sorpresa desagradable, por eso le respondí la frase con la que empieza esta entrada. Lo normal sería haber respondido algo así como: “Lo siento, el viernes no puedo”. En lugar de dar una respuesta diplomática y dejar entrever que no estaba muy interesada, lo que hice fue quedar como una auténtica estúpida que trata a sus posibles pretendientes con desdén. Yo odio el desdén pero a veces no puedo evitar desear que el otro sepa la verdad de la historia. Estos son los únicos casos en los que digo las cosas como las siento y se me olvida que hay que empatizar con el otro. En el fondo hubiera sido peor haberle dado esa respuesta educada pero difusa y crear falsas esperanzas, por ahí si que no paso.

Ante mi respuesta directa, el chico, con todo lo majo que es, enarcó las cejas sorprendido por mi sinceridad, y no sé si me siguió el rollo o me tomó el pelo, y me respondió: “Pues… ¿cómo quieres que vista…? normal... pantalones de pinzas, camisa o polo, zapatos…no sé, para trabajar tengo que llevar traje”. En ese momento me di cuenta de que había dado la respuesta idónea. No quería tener que tragarme una cena con un tío hablándome de los chistes que hace la gente en la fotocopiadora de su oficina, o de las dificultades del sector inmobiliario en el momento en que vivimos. A mi me gustan los músicos de éxito o sin éxito, los perroflautas viajeros, los macarras tatuados. A mi el pelo me gusta engominado pero porque se imite a los rockers de los 50 (y en este caso no me importa que lleven el peine en el bolsillo trasero de los vaqueros), y no porque se imite a Mario Conde. Hay ciertas cosas que me dan toda la grima, no puedo soportarlas. Siento ser tan nazi.

Hace tres días fui al traumatólogo porque me torcí un tobillo. El médico que me atendió era joven. Iba engominado. Debajo de su bata asomaba una corbata de señor serio de 35 años, tenía un poco pinta de calculín y un acento andaluz que me tiró bastante patrás. Cierto también es que era un hombre alto, atractivo, con unos modales exquisitos y que además me dio una buena noticia: “Es un esguince leve, no vamos a hacer nada. Simplemente haga su vida normal”. Me miraba todo el rato a los ojos de una manera que me estaba incluso incomodando. Pero cosas de la vida, de pronto estaba buenísimo. “Si hace ejercicio, siga haciéndolo, ¿práctica algún deporte?” “Si señor, Artes Marciales”. De repente me miró con expresión de interés extremo, como si yo fuera su objeto de estudio y se acarició la barbilla con los dedos índice y pulgar. Aprovechando la salida de la auxiliar de la consulta me lanzó estas palabras: “¡Vaya, qué coincidencia! Yo también practico Artes Marciales…quizás le apetezca hablar sobre el tema tomando un café conmigo esta tarde”. Guiada de nuevo por la incredulidad y la sorpresa, enarqué las cejas y respondí: “No lo sé, doctor, tendría que verle sin su bata de médico…”.