Wednesday, June 06, 2007

MAICAN

El verdadero nombre de Maican era verdaderamente difícil de pronunciar…cuando necesitaba nombrarla podía intentarlo tres veces sin éxito, me trababa y a lo mejor a la cuarta conseguía que me saliera; me sentía como cuando en el colegio jugábamos a decir “otorrinolaringólogo” de una. La gente, cuando es incapaz de decir un nombre como es debido, opta por decir algo parecido, por eso a Cormac le han llegado a llamar Orman, a Ariadna, Aliandra…a Maican le pasaba igual, sólo que su nombre a algunos les sonaba a Sonikari a otros a Maican, y con este seudonombre se quedó.

No diré aquí su origen real, pero la primera vez que me hablaron de Maican, su nombre verdadero me sonó a japonés. El día que nos presentaron me la encontré de espaldas y como tiene el pelo moreno y abundante, me imaginé que me iban a presentar a una japonesa, pero cuando se dio la vuelta hablaba en español y sus rasgos eran ochenta por ciento occidentales.

Fueron muchos los años que Maican y yo tuvimos un contacto limitado a eventos que tenían que ver con la cinematografía y otras artes, hasta que un día empezó a ir con sus amigos a la discoteca a la que iba yo. Fue en ese lugar donde sucedió el incidente de mi hermano Javi; su amigo Queridoalberto le salvó la vida pero paradójicamente, desde entonces la relación entre nosotras se volvió un poco tensa; no aparece por la discoteca y sus mensajes de texto son fríos; me dice que está durmiendo, que está cansada, que no sale, que se queda en casa…pamplinas, yo creo, en el fondo.

Hace unos meses, recuerdo una llamada de Maican, que me alegró en el alma. Tenía que acudir a un evento que aquí no nombraré por respeto a la discreción con la que Maican lleva su vida privada. El caso es que me pedía consejo sobre qué clase de traje ponerse para la ocasión. Me sentí halagada y me ofrecía a acompañarla a todas las tiendas que se terciaron. Pero esas tiendas no tenían lo que hay que tener, lo que a Maican le sienta bien. Yo me la imaginaba vestida como un hada, de negro o azul. Esa tarde la pasamos en grande y terminamos tomando algo en el Starbucks. Lo malo es que yo tenía mucho trabajo por esas fechas y la tarde no fue tan larga como yo hubiera querido.

Tan buenas migas hicimos que el otro día me pidió que fuera con ella a un sitio. La propuesta era más más bizarra e inesperada de lo que yo podía imaginar. A Maican se le había quedado algo grabado en la mente. Una vez acudió a un concierto de Los Punsetes en el que empuñé una jeringuilla llena de sangre falsa como atrezo al principio y al final del concierto. Recuerdo que a Maican le repelió la idea y me lo hizo saber. Cuando terminamos se acercó con el semblante serio, a decirme lo mal que le había parecido que jugara con cosas que no tienen gracia. Yo seguía sujetando la jeringuilla con la aguja al aire mientras hablaba con ella, pero su gesto de sinceridad acompañado de un “la ironía ya murió” me hizo ir a la papelera más cercana a desechar el invento. Me hizo sentir realmente culpable.

No demos más rodeos, la propuesta bizarra de Maican se trataba de que la acompañara a hacerse unos análisis de sangre. Me dijo que ella lo pasaba fatal, y que puesto que a mi las jeringuillas me parecían una fiesta, que lo menos que podía hacer por ella era acompañarla después de haberle hecho pasar ese mal rato en el show.

Y sin pensarlo acudí. Mientras la esperaba en la puerta del centro de análisis de la calle Sagasta, caí en la cuenta de que nos íbamos a encontrar a la misma hora que nos despedimos cuando vamos a la discoteca los fines de semana; aún era de noche pero estaba amaneciendo, la calle estaba vacía y el suelo húmedo y además había una niebla innecesaria que provocaba una situación misteriosa, y entonces tuve el presentimiento de que algo malo iba a pasar.

Por fin apareció Maican, sin ganas de guasa y concentrada terminar pronto. La enfermera, vestida con pantalones blancos y una camisa amplia de manga corta de atuendo hospitálico, nos hizo pasar y Maican pidió tumbarse en la camilla porque se mareaba. En un lado, la enfermera ajustando la goma al brazo de Maican para encontrarle la vena, en el otro lado, yo sujetando su mano como gesto de apoyo.

A la vez que el émbolo de la jeringuilla retrocedía y dejaba ver la sangre extraída, Maican empalidecía hasta que perdió el conocimiento. Como si de un efecto dominó se tratase, yo caí redonda al suelo, no sin antes sentir un vacío estomacal que me hizo intuir lo que iba a pasar. Yo, que jamás me he desmayado, que a mi la sangre no me da impresión, que soy capaz de ver una operación a corazón abierto por la televisión sin taparme los ojos, había caído en las garras de la debilidad, de la dentera, del asco…

Al despertar, me encontré tumbada al lado de Maican. Ella estaba recostada sobre la cama con un camisón blanco. Fumaba un cigarro y me miraba con gesto de malicia en la cara. Yo sufría una desorientación que no me dejaba ver que había dormido todo el día y que estaba en casa de Maican. Al fondo, Queridoalberto, de espaldas, me miraba con cara de susto mientras limpiaba las migas de un bocata que me había preparado. Maican me dijo: “Come. Necesitas comer. Espero que sea la última vez que juegas con sangre”.