Friday, July 13, 2007

VAYA TÍA RARA

Como una sombra amenazante, mi vecina de abajo andaba detrás de mí por la calle. La había visto antes, ella venía de frente y las dos doblamos la calle para ir hacia el portal pero yo me adelanté, ella se quedó atrás. Me había visto y no saludó. Yo tampoco. Venía en chándal, venía de andar o de correr, o de hacer ejercicio seguramente. Venía fatigada, venía enérgica y resoplando medio fuerte.

La tenía a mis espaldas, apenas dos pasos detrás y esa respiración me parecía exagerada, seguro que una chica tan joven no se cansa tanto haciendo deporte. Decidí pensar que me estaba haciendo burla, que me estaba vacilando, que le caía mal y que me estaba intentando molestar. O que pretendía hacerme daño con un ladrillo que llevaba escondido en la manga.

Esta teoría no es algo gratuito teniendo en cuenta los antecedentes. Ella tiene unas macetas con unos geranios preciosos debajo de mi balcón. Debajo de mi cocina tiene instalada una máquina de aire acondicionado. Más de una vez al tender la ropa se me han caído las pinzas y han ido a parar a su piso, justo encima de su climatizador. Desde su ventana ella ha visto las pinzas más de una vez ahí y seguro que con el carácter que tiene, se ha sentido invadida.

Primero fueron pinzas, que nunca intenté recuperar por razones obvias, pero después se me cayó una chaquetita muy mona y no tuve más remedio que llamar a su puerta para que me la devolviera. Cuando me abrió la puerta y le conté lo que había pasado y que si me podía dar la chaqueta (yo estaba muerta de miedo y le pedí perdón en total creo que unas diez veces) puso una sonrisa maliciosa y cerró la puerta de un portazo dejándome sola en el pasillo. Yo no sabía qué significaba eso, ¿Que se había enfadado? ¿Que se iba a buscarla y ahora volvía? ¿Qué me olvidara de mi chaqueta para siempre? ¿Qué tipo de vecino se comporta de manera tan hostil con otro que le ha creado una pequeña molestia sin querer?. Yo desde luego hubiera dejado la puerta abierta mientras iba a por la chaqueta. Pues bien, tardó como unos tres minutos en salir con la chaqueta en la mano (y la distancia entre la ventana de la cocina y la puerta es de cinco metros). Me la dio y cuando le di las gracias soltó un gruñidito que rozaba lo insolente, pero solo lo rozaba.

Subí a casa pensativa ¿Qué había estado haciendo esos tres minutos? ¿Examinar la chaqueta? ¿Envenenar la chaqueta? ¿Hacer cortes con unas tijeras en mi chaqueta para que no me la pueda volver a poner?. No lo sé. La tenía ya en mi poder y no me apetecía pensar, sólo me prometí que nunca más se me caería nada.

Pero estas cosas son así y otro día mucho tiempo después se me cayó un calentador forrado de pelo. Me dio por pensar que mi vecina se iba a asustar al creer ver desde su ventana una rata gigante encima de su climatizador. Entonces seguro que le hubieran entrado deseos de matarme. Rápidamente bajé pero no encontré a nadie allí tres días consecutivos. ¿Me estaría rehuyendo?. Hacía frío y quería ponerme mis calentadores de pelo, así que enganché el palo de la fregona y el de la escoba con cinta americana y bajé al patio con una silla, por las escaleras porque el invento no entraba por la puerta del ascensor. Lo hice por la noche para que los vecinos no pensaran que estoy loca. Como ella vive en el primero, la idea dio resultados satisfactorios y recuperé mi calentador.

Me sentí aliviada. Nadie me había visto, tenía lo que quería y no había tenido que pasar el mal trago.

Hasta aquel día en el que venía detrás de mí. Si ya era rara la situación, cuando llegué al portal, como si de magia se tratara, me di la vuelta para saludar pero allí no había nadie. Me sonreí mientras pensé que la muy tonta se había escondido a la vuelta para evitar contactos no deseados. Entré por el garaje y cuando fui a abrir la puerta que daba al ascensor allí estaba ella, detrás de mí de nuevo, con sus molestos resopliditos. Esta vez tuve el placer de decir hola en plan “mira tía, yo me atrevo a saludar y tú no, tooonta”. Me devolvió el saludo evitando mirarme a la cara y auntomáticamente dejé de pensar en lo del ladrillo, esa chica era demasiado vulnerable. Supuse que iba a subir conmigo en el ascensor pero de nuevo me equivoqué, se quedó rezagada y subí sola. “Mejor. Vaya tía rara”- pensé yo. Y me cabreé y me chiné durante un rato intentando buscar explicación a semejante actitud.

Luego me dio por pensar que la Harley Davidson que había aparcada en mi portal todos los jueves por la noche, es de un novio nómada sin ganas de compromiso que viene a visitarla. Hace tiempo que no veía esa moto aparcada. No voy a decir que sentí júbilo por ello, pero tampoco me dio pena.