MI DISPIACE PARIGI
Hace cinco fines de semana me vi con mi hermano Luis en Londres. Lleva diez años viviendo allí y jamás ha tenido tiempo (según él) para quedar conmigo, porque su trabajo es muy absorbente (y trabaja en un banco con un horario…). Por cierto, le he dado la dirección de mi blog para que lea todo lo que pienso de él.
Teniendo en cuenta que yo viajo a Londres dos veces al año por trabajo, debería estar muy enfadada con él, pero de todos mis hermanos Luis es el más guapo y el que más cara de bueno tiene. Llevábamos sin vernos prácticamente dos años, no conocía nada de su vida en Inglaterra porque cada vez que le pregunto a mi madre qué tal Luis, me suelta un “bien” seco y a secas, que da pena.
Después de tomar una pizza en el Domino´s de Angel, mi compañera de trabajo y yo nos dirigimos un sitio en Old Street donde nos citó mi hermano. El edificio hacía esquina, una esquina redonda. Por dentro, el bar era oscuro y estaba lleno de humo y de gente. La barra seguía la misma forma redonda del edificio. Al fondo, unas chicas altas y delgadas vestidas de charleston berreaban y bailaban un himno inglés de los años 70, los chicos en general con chaquetas de pana bastante polvorientas y el pelo desordenado; la gente era normal, la música estaba bien.
Poco después apareció Luis acompañado de dos tíos más de mi edad que de sus treinta y siete años; uno con rasgos orientales y otro moreno que parecía español. El oriental saludó en español y el moreno en inglés, así que no di ni una. Los dos amigos que traía mi hermano eran llamativos, pero teniendo en cuenta mi preferencia por todo lo que venga de Oriente, debería haber prestado más atención a Richard, que así se llamaba este chico medio filipino medio español llegado a Londres hace ocho años. Me cayó muy bien, aunque al principio parecía tímido, pero a quien estuve mirando toda la noche fue al moreno, natural de Londres, cuyo nombre se me olvidó y no logro recordarlo. Lo peor fue cuando empezó a hablarme en un delicioso acento cercano al cockney. No pude evitar decirle que me encantaba cómo hablaba, y él me respondió que bueno, que él sólo se limitaba a decir las palabras, así que me hizo sentir bastante “para qué hablo”. Me explicó que su acento no era cockney, sino de persona londinense de clase media, pero que era parecido. A mi me encantaba.
En cierto momento de la noche, mi hermano me cogió por banda y me echó una charla sobre las profesiones liberales que yo había elegido (el cine, la moda y sobre todo el cante) y el mal ambiente que según él hay en esos mundos. Claro, que para Luis todo lo que se aleje del cálculo matemático y el banco donde trabaja, es una profesión liberal. Traté de no escucharle pero me hacía tanta gracia eso de: “¿Has probado alguna vez la coca? Porque dicen por ahí que los cantantes y los actores se meten…yo creo que deberías dejar esa vida, en serio…” El se mostraba firme y pensativo y yo sonriente e incrédula, así que se enfadó conmigo.
Hay que tener en cuenta que Luis es de ese tipo de personas que siempre está en lo cierto, así que lo mejor es darle la razón en todo. Recuerdo el día en que se metió con mi hermano Antonio porque escuchaba Lighthouse Family. Luis no soportaba al cantante porque decía que era un buenrollista. Tus intentos por convencerle serán en vano, porque se ajustará las gafas y te dirá: “No”.
Poco después su amigo el moreno me ofreció medio éxtasis (a mi, Sandra Dee) a escondidas y además me enteré de que Richard es arquitecto y que el moreno es artista; pintura e instalación…así que qué me estaba contando mi hermano…
Luis y sus amigos demostraron que eran personas casi normales hasta que cerraron el bar. Al salir, justo en la puerta había una mesa con dos sillas de madera. Juraría que no estaban allí cuando llegamos. Encima de la mesa un plato de cartón con un trozo enorme y descomunal de bizcocho de fresa medio roído. No se les ocurrió otra cosa que engullir los restos del postre que alguien, no sabemos quién, ni qué enfermedad puede tener, había dejado allí. Mi hermano no dudó y se unió a ellos. Nosotras mirábamos.
Poco después salieron de algún lugar cinco gaiteros escoceses con sus faldas y su semblante serio, tocando Sunday Girl y se pararon delante de nosotros, como dedicándonos el hit. Conmovedor hubiera sido en otro momento de mi vida, en serio, pero estaba cansada y un poco enfadada, y mi compañera de trabajo también, seguro que era una de las tácticas de mi hermano para captar mi atención, pero esta vez no iba a funcionar, así que como acto reflejo nos acercamos a la carretera y cogimos un cab que pasaba, aprovechando que gracias a la concentración de los tres por engullir, no se iban a dar cuenta de nuestra escapada. De camino al hotel, las dos en silencio, mirando cada una por su ventanilla, algo recostadas sobre el sillón y las piernas estiradas hacia el frente, decidimos olvidar el escándalo que habíamos presenciado, el ruido de las gaitas y el acento cockney del atractivo chico moreno.
Teniendo en cuenta que yo viajo a Londres dos veces al año por trabajo, debería estar muy enfadada con él, pero de todos mis hermanos Luis es el más guapo y el que más cara de bueno tiene. Llevábamos sin vernos prácticamente dos años, no conocía nada de su vida en Inglaterra porque cada vez que le pregunto a mi madre qué tal Luis, me suelta un “bien” seco y a secas, que da pena.
Después de tomar una pizza en el Domino´s de Angel, mi compañera de trabajo y yo nos dirigimos un sitio en Old Street donde nos citó mi hermano. El edificio hacía esquina, una esquina redonda. Por dentro, el bar era oscuro y estaba lleno de humo y de gente. La barra seguía la misma forma redonda del edificio. Al fondo, unas chicas altas y delgadas vestidas de charleston berreaban y bailaban un himno inglés de los años 70, los chicos en general con chaquetas de pana bastante polvorientas y el pelo desordenado; la gente era normal, la música estaba bien.
Poco después apareció Luis acompañado de dos tíos más de mi edad que de sus treinta y siete años; uno con rasgos orientales y otro moreno que parecía español. El oriental saludó en español y el moreno en inglés, así que no di ni una. Los dos amigos que traía mi hermano eran llamativos, pero teniendo en cuenta mi preferencia por todo lo que venga de Oriente, debería haber prestado más atención a Richard, que así se llamaba este chico medio filipino medio español llegado a Londres hace ocho años. Me cayó muy bien, aunque al principio parecía tímido, pero a quien estuve mirando toda la noche fue al moreno, natural de Londres, cuyo nombre se me olvidó y no logro recordarlo. Lo peor fue cuando empezó a hablarme en un delicioso acento cercano al cockney. No pude evitar decirle que me encantaba cómo hablaba, y él me respondió que bueno, que él sólo se limitaba a decir las palabras, así que me hizo sentir bastante “para qué hablo”. Me explicó que su acento no era cockney, sino de persona londinense de clase media, pero que era parecido. A mi me encantaba.
En cierto momento de la noche, mi hermano me cogió por banda y me echó una charla sobre las profesiones liberales que yo había elegido (el cine, la moda y sobre todo el cante) y el mal ambiente que según él hay en esos mundos. Claro, que para Luis todo lo que se aleje del cálculo matemático y el banco donde trabaja, es una profesión liberal. Traté de no escucharle pero me hacía tanta gracia eso de: “¿Has probado alguna vez la coca? Porque dicen por ahí que los cantantes y los actores se meten…yo creo que deberías dejar esa vida, en serio…” El se mostraba firme y pensativo y yo sonriente e incrédula, así que se enfadó conmigo.
Hay que tener en cuenta que Luis es de ese tipo de personas que siempre está en lo cierto, así que lo mejor es darle la razón en todo. Recuerdo el día en que se metió con mi hermano Antonio porque escuchaba Lighthouse Family. Luis no soportaba al cantante porque decía que era un buenrollista. Tus intentos por convencerle serán en vano, porque se ajustará las gafas y te dirá: “No”.
Poco después su amigo el moreno me ofreció medio éxtasis (a mi, Sandra Dee) a escondidas y además me enteré de que Richard es arquitecto y que el moreno es artista; pintura e instalación…así que qué me estaba contando mi hermano…
Luis y sus amigos demostraron que eran personas casi normales hasta que cerraron el bar. Al salir, justo en la puerta había una mesa con dos sillas de madera. Juraría que no estaban allí cuando llegamos. Encima de la mesa un plato de cartón con un trozo enorme y descomunal de bizcocho de fresa medio roído. No se les ocurrió otra cosa que engullir los restos del postre que alguien, no sabemos quién, ni qué enfermedad puede tener, había dejado allí. Mi hermano no dudó y se unió a ellos. Nosotras mirábamos.
Poco después salieron de algún lugar cinco gaiteros escoceses con sus faldas y su semblante serio, tocando Sunday Girl y se pararon delante de nosotros, como dedicándonos el hit. Conmovedor hubiera sido en otro momento de mi vida, en serio, pero estaba cansada y un poco enfadada, y mi compañera de trabajo también, seguro que era una de las tácticas de mi hermano para captar mi atención, pero esta vez no iba a funcionar, así que como acto reflejo nos acercamos a la carretera y cogimos un cab que pasaba, aprovechando que gracias a la concentración de los tres por engullir, no se iban a dar cuenta de nuestra escapada. De camino al hotel, las dos en silencio, mirando cada una por su ventanilla, algo recostadas sobre el sillón y las piernas estiradas hacia el frente, decidimos olvidar el escándalo que habíamos presenciado, el ruido de las gaitas y el acento cockney del atractivo chico moreno.
6 Comments:
Sandra Dee, I got the Menina´s pictures.
Aspetto la sua chiamata
Por cierto, esas chicas de charleston del fondo no tenían ningún glamour, seguro.
Bueno querida, tú con tu falda de globo tienes mucho más.
He dicho.
Sandra Dee!
qué bueno.
su nombre, el nombre del chico moreno, era Liam, como no podía ser de otro modo...
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