Thursday, March 09, 2006

MILAN SI QUE SI


Paris me desplace. Tengo que ir dos veces al año por trabajo a la ciudad de los enamorados ¿cuál amor?, a la ciudad de la moda ¿me pueden explicar dónde se esconde? Y a la ciudad de mil cosas más que la gente ve y que yo todavía, después de muchos viajes, aún no he descubierto.

No sé si será cuestión de que la ciudad físicamente no me seduce, de que los parisinos nunca me han tratado bien, será el frío que hace, o puede que sea que he tenido unas experiencias tan malas allí, que de verdad que no me importaría que me castigaran sin volver nunca más.

Desde luego hubo un viaje que tengo especialmente grabado en mi memoria. El viaje empezó mal desde el principio porque el taxista que nos llevó al hotel nos ofreció unos bombones envenenados o caducados, o no sé qué, que nos hicieron tener alucinaciones y vomitar a mis dos compañeras de trabajo y a mi, durante unas horas. Sabemos que no se debe tomar nada que te ofrezca un extraño, pero no le íbamos a hacer el feo al chaval, encima de que era simpático…(y eso en París es un valor difícil de encontrar).

Lo del hotel también fue gracioso: ya nos había pasado otras veces y habíamos pedido en el trabajo por favor, que no nos llevaran a la zona del Moulin Rouge porque hay mucha prostitución y por la noche no se puede andar por ahí porque te puede pasar cualquier cosa, pues ¿qué vemos por nuestra ventanilla poco antes de que se detuviera el taxi delante de nuestro hotel? ...SEXODROME. Pues nada, nos tocó intentar cambiar de hotel un viernes, que es el peor día, deprisa y corriendo y con el estómago revuelto.

Fuimos andando hasta la Rue Clichy y de camino había un montón de tiendas raras. En un escaparate nos detuvimos porque nos llamó la atención un sillón que había, como de jefe de tribu africana, con un pedal en la base, que movía una noria de lenguas que daban justo ahí…una vergüenza.

Llegamos al hotel decente, que estaba al lado de los Champees Elysses y tenía mucha mejor pinta, a pesar de que el señor de recepción puso mala cara cuando pedimos una habitación tranquila. Estábamos deshaciendo las maletas y haciendo turnos para ir a vomitar al baño, cuando una de mis compañeras fue a abrir el armario y se quedó con la puerta en la mano. Una puerta de semejantes dimensiones pesa mucho y se le cayó encima. Quedó sepultada y la tuvimos que ayudar entre las otras dos a salir de ahí.

Durante el día nos movimos en metro para ir a los sitios. Es algo que sólo me ha ocurrido en París, cuando hablas en español, las personas que están a tu alrededor te miran peor que mal, en plan soberbio y por encima del hombro, hasta que decides callarte, más que nada porque es incómodo tener a alguien encima de la chepa, amenazante.

Por la noche, después de una jornada de trabajo, lo único que le apetece a uno es acostarse y descansar. Pero de repente suena el despertador y no te puedes creer que te tengas que levantar. Pero en ese caso no era el despertador. Eran las 3 de la madrugada. El estridente sonido provenía del pasillo. Era la alarma de incendio. El hotel se estaba quemando y nuestros vecinos de habitación, japoneses en su mayoría, cogían sus abrigos de Chanel, Prada… comprados en la Avenue Montaigne y bajaban apresurados al hall. Y allí bajamos nosotras tres con el picardías, los billetes de avión en la mano y sin maletas, a reunirnos con el resto de los huéspedes, que esperaban con los brazos cruzados y el ceño fruncido una explicación del niño en prácticas de recepción. Pero el pobre sudaba y se encogía de hombros porque ni él mismo sabía si el hotel ardía (y nosotros dentro) o no.

Al final resultó una falsa alarma, alguien se puso a fumar al lado del detector de humo y por eso saltó. Volvimos a la habitación pero dormimos fatal porque cualquiera se relajaba…

El domingo nos levantamos de mejor humor porque volvíamos a casa. Pero nuestra aventura no terminó ahí porque estábamos facturando en el aeropuerto, cuando de repente entraron unos chinos-franceses vestidos de militar y se pusieron a dar voces y a hacer gestos de que nos apartáramos porque había una amenaza de bomba. Alguien había hecho la gracia de dejar una mochila sola y eso nos provocó otro disgusto más porque creíamos que no nos íbamos de ese país ni a la de tres. Al final llegamos a Madrid sanas y salvas, pero con mucho pesar. Que me comparen Milan con París, vamos…!.

4 Comments:

Blogger Anntona said...

Picardías.

2:07 AM  
Blogger Anntona said...

(Para que veas que me fijo)

2:07 AM  
Anonymous Anonymous said...

Ya, más majo...

5:06 AM  
Anonymous Anonymous said...

mi ornitorrinco guapisimo! **love**

1:29 AM  

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