LA TECLA DE INTRO
Los Punsetes se volvieron locos en el ensayo de ayer. Muchos incidentes ocurrieron antes y después de la cita de las nueve en el local. Pero sobre todo había un par de buenas noticias.
Por eso no entiendo que los chavales, cuando nos disponíamos a empezar el ensayo, tristes y en silencio, dejaran los instrumentos, encendieran cigarros, fueran al bar, compraran cervezas y gin tonics. Después afinaron la guitarra, el bajo y se sentaron encima de sus amplis, enfrente de la batería y empezaron a charlar. Se apalancaron y permanecieron serios a pesar de las buenas noticias.
Yo me quedé de pie. Por un momento pensé que estaba hablando con robots programados, el ambiente rozaba lo místico. Hace mucho tiempo ellos cuatro escribieron una canción entre todos, “Juegos florales” y la experiencia fue buena. De repente alguien propuso que debíamos escribir un texto los cinco juntos, una novela, un relato sobre nuestras vivencias, un yo no sé qué de ficción, para publicarlo o no, pero siempre con ánimo de lucro. Al fin y al cabo todos somos de letras y nos gusta escribir.
Cuando digo que nos gusta escribir lo digo en el amplio sentido de la palabra. Todos parecían querer implicarse en esta nueva idea en común, estaban seguros de que iba a salir bien, aunque iba a costar mucho tiempo, quizás ocho meses. Debíamos ser concisos y no extendernos, ni caer en el colorín, la alegría, el pastiche, el floripondio y la limpieza. Sin embargo, si en el trasnoche, la nostalgia, el cambio, el desorden, la sangre y la imperfección.
La conclusión fue que el texto debía ser escrito a máquina. Necesitábamos una máquina de escribir y una persona que transcribiera el trabajo. Y las miradas se volvieron hacia mi: “¿Crees que serás capaz?”.
¿Capaz de no utilizar Windows, la tecla de intro?…no lo sé, no sé si podré.
Por eso no entiendo que los chavales, cuando nos disponíamos a empezar el ensayo, tristes y en silencio, dejaran los instrumentos, encendieran cigarros, fueran al bar, compraran cervezas y gin tonics. Después afinaron la guitarra, el bajo y se sentaron encima de sus amplis, enfrente de la batería y empezaron a charlar. Se apalancaron y permanecieron serios a pesar de las buenas noticias.
Yo me quedé de pie. Por un momento pensé que estaba hablando con robots programados, el ambiente rozaba lo místico. Hace mucho tiempo ellos cuatro escribieron una canción entre todos, “Juegos florales” y la experiencia fue buena. De repente alguien propuso que debíamos escribir un texto los cinco juntos, una novela, un relato sobre nuestras vivencias, un yo no sé qué de ficción, para publicarlo o no, pero siempre con ánimo de lucro. Al fin y al cabo todos somos de letras y nos gusta escribir.
Cuando digo que nos gusta escribir lo digo en el amplio sentido de la palabra. Todos parecían querer implicarse en esta nueva idea en común, estaban seguros de que iba a salir bien, aunque iba a costar mucho tiempo, quizás ocho meses. Debíamos ser concisos y no extendernos, ni caer en el colorín, la alegría, el pastiche, el floripondio y la limpieza. Sin embargo, si en el trasnoche, la nostalgia, el cambio, el desorden, la sangre y la imperfección.
La conclusión fue que el texto debía ser escrito a máquina. Necesitábamos una máquina de escribir y una persona que transcribiera el trabajo. Y las miradas se volvieron hacia mi: “¿Crees que serás capaz?”.
¿Capaz de no utilizar Windows, la tecla de intro?…no lo sé, no sé si podré.