FIN DEL ROMANCE GÓTICO
En la anterior entrada se me olvidó mencionar una cosa: yo ya no estaba saliendo con el gótico misterioso que me abordó una noche; estaba libre y por eso podría haber aceptado esas citas repentinas. O no. La culpa de mi ruptura con el gótico la tuvo, como todo en esta vida, mi familia. Mi madre, para más señas.
Hoy me pregunto si hice bien o no. Chicos cuerdos, cultos, decorosos y agradables a la vista como él, hay pocos. Chicos que son capaces de llevarte con ellos de vacaciones a su castillo (su padre tenía castillos en Inglaterra porque se ve que era gente de posibles) no abundan, sin embargo, yo me sentí presionada por la tontería recurrente de mi familia de: “Ya va siendo hora de que nos presentes a tu novio, anda”.
Recientemente en una comida con mis padres, en la que nos juntamos una buena cuadrilla (hasta vino Luis de Londres) mi familia de nuevo me puso entre la espada y la pared, me dejaron en ridículo, me pusieron en evidencia, me acorralaron. Empezaron desde el principio, obligándome a sentarme presidiendo la mesa. Se inventaron que yo era el futuro, la única vástaga, que merecía ese puesto. Yo estaba extrañada e inquieta porque eventualmente todas las miradas empezaban a posarse en mí. Oía cuchicheos y risitas entre sorbo y sorbo de la sopa (algunos todavía no han aprendido que eso es de muy mala educación y a la vez molesto). Cuando no pude más levanté la vista, y dando tal puñetazo en la mesa que saltaron los fideos de todos los platos, pregunté muy de malas: “¿Qué pasa aquí?”. Mi madre, con una sonrisa encantadora de las suyas, empezó a hablar: “Hija, ¿no tienes nada que contarnos? ¡Vamos, no seas tímida!”. En serio no sabía a qué se referían.
Fran y Javi, dos de mis hermanos más queridos, me miraban fijamente con cierta expresión de venganza-victoria. No sé qué les habré hecho en esta vida, pero desde luego me ha caído una Cruz de Padre y muy Señor mío. De repente Fran me dijo: “Bueno, nosotros tenemos algo que ver con lo que dice mamá, ¿no te da eso una pista?”. Me estaban poniendo muy nerviosa. Prosiguió: “¿No crees que hay demasiada luz en este salón? ¿Quieres que echemos las cortinas? ¿Sabes que de segundo hay chocos? Te encantan los chocos en su tinta, ¿verdad? Así se te quedan los labios negros después de comer.” El silencio y la tensión de los comensales que esperaban una respuesta a todo aquel galimatías, me estaba poniendo al límite. Pero no hablé. Esperé a que Fran siguiera. Que fuera lo que Dios quisiera. “Sabemos que has estado frecuentando una discoteca gótica todo el curso pasado. Javi y yo nos hemos vestido de góticos y nos hemos colado en tu ambiente. No ha sido muy hostil porque recuerda que de jóvenes nos gustaba la música dura. Te hemos estado vigilando, te has echado novio y no has sido capaz de comunicar la noticia a la familia, nos tienes bastante decepcionados a todos”. ¿Pero esto qué era? ¿Una secta en la que hay que dar parte de todos tus movimientos? Todos lo sabían. Sabían que yo estaba saliendo con un gótico y que me había ido de vacaciones en verano con él.
Mi madre, en encuentros anteriores al verano, se conoce que me notó el cutis más luminoso y la expresión facial más relajada y ante el mosqueo, se vengó de mí mandando a mis hermanos de espías los fines de semana. Después le hacían un informe detallado de mis movimientos. Atando cabos, me di cuenta de que mis hermanos eran los tíos a los que la Chica Exótica y yo apodábamos Los Pederastas, porque dos tíos como ellos no tienen edad para estar de incondicionales en una discoteca gótica acodados en la barra con su mini de cerveza, mirando con lascivia a las que bailan encima de la tarima y cuando es menester, tirándole a tías que podrían ser sus nietas.
Lo primero en lo que pensé es que si esta era la moneda con la que me iban a pagar mis hermanos, sobre todo Javi, al que apoyé en una etapa difícil de su vida cuando sufrió el infarto, es que directamente les retiraba el saludo. Después estaba mi madre, ¡una madre no se comporta así a no ser que intuya que su hija se está drogando o algo similar! ¿Qué iba a hacer con ella? A su edad ya no va a cambiar. En tercer lugar estaba el chico que me había hecho feliz durante los últimos cuatro meses, pero yo era tan infeliz, que decidí que iba a terminar mi relación con él. Todo eran problemas. Por desgracia, el día de la comida Ramón no estaba en Madrid. Se encontraba de vacaciones en Fuengirola y no me pudo dar pantalla.
Cité a mi caballero medieval en Plaza de España y le dije con ojeras y la voz tenue: “Todo ha sido muy bonito pero auguro dificultades en el futuro de nuestra relación. Tengo una familia tan sumamente maniaca, que destrozaría lo nuestro. Quiero recordarlo como ha sido: el paradigma del romance gótico. Nos veremos cuando consiga escaparme de aquí y cambiarme de identidad”. No tuve en cuenta que me iba a preguntar el por qué de todo, así que me inventé una historia sobre la marcha que consistía en lo siguiente: que tenía una hija secreta de dieciséis años en Holanda, que vivía con su padre y que necesitaba mis atenciones porque este año me estaba sacando muy malas notas en el colegio y su padre ya no sabía qué hacer con ella. Él me dijo que lucharía por mi.
Hoy me pregunto si hice bien o no. Chicos cuerdos, cultos, decorosos y agradables a la vista como él, hay pocos. Chicos que son capaces de llevarte con ellos de vacaciones a su castillo (su padre tenía castillos en Inglaterra porque se ve que era gente de posibles) no abundan, sin embargo, yo me sentí presionada por la tontería recurrente de mi familia de: “Ya va siendo hora de que nos presentes a tu novio, anda”.
Recientemente en una comida con mis padres, en la que nos juntamos una buena cuadrilla (hasta vino Luis de Londres) mi familia de nuevo me puso entre la espada y la pared, me dejaron en ridículo, me pusieron en evidencia, me acorralaron. Empezaron desde el principio, obligándome a sentarme presidiendo la mesa. Se inventaron que yo era el futuro, la única vástaga, que merecía ese puesto. Yo estaba extrañada e inquieta porque eventualmente todas las miradas empezaban a posarse en mí. Oía cuchicheos y risitas entre sorbo y sorbo de la sopa (algunos todavía no han aprendido que eso es de muy mala educación y a la vez molesto). Cuando no pude más levanté la vista, y dando tal puñetazo en la mesa que saltaron los fideos de todos los platos, pregunté muy de malas: “¿Qué pasa aquí?”. Mi madre, con una sonrisa encantadora de las suyas, empezó a hablar: “Hija, ¿no tienes nada que contarnos? ¡Vamos, no seas tímida!”. En serio no sabía a qué se referían.
Fran y Javi, dos de mis hermanos más queridos, me miraban fijamente con cierta expresión de venganza-victoria. No sé qué les habré hecho en esta vida, pero desde luego me ha caído una Cruz de Padre y muy Señor mío. De repente Fran me dijo: “Bueno, nosotros tenemos algo que ver con lo que dice mamá, ¿no te da eso una pista?”. Me estaban poniendo muy nerviosa. Prosiguió: “¿No crees que hay demasiada luz en este salón? ¿Quieres que echemos las cortinas? ¿Sabes que de segundo hay chocos? Te encantan los chocos en su tinta, ¿verdad? Así se te quedan los labios negros después de comer.” El silencio y la tensión de los comensales que esperaban una respuesta a todo aquel galimatías, me estaba poniendo al límite. Pero no hablé. Esperé a que Fran siguiera. Que fuera lo que Dios quisiera. “Sabemos que has estado frecuentando una discoteca gótica todo el curso pasado. Javi y yo nos hemos vestido de góticos y nos hemos colado en tu ambiente. No ha sido muy hostil porque recuerda que de jóvenes nos gustaba la música dura. Te hemos estado vigilando, te has echado novio y no has sido capaz de comunicar la noticia a la familia, nos tienes bastante decepcionados a todos”. ¿Pero esto qué era? ¿Una secta en la que hay que dar parte de todos tus movimientos? Todos lo sabían. Sabían que yo estaba saliendo con un gótico y que me había ido de vacaciones en verano con él.
Mi madre, en encuentros anteriores al verano, se conoce que me notó el cutis más luminoso y la expresión facial más relajada y ante el mosqueo, se vengó de mí mandando a mis hermanos de espías los fines de semana. Después le hacían un informe detallado de mis movimientos. Atando cabos, me di cuenta de que mis hermanos eran los tíos a los que la Chica Exótica y yo apodábamos Los Pederastas, porque dos tíos como ellos no tienen edad para estar de incondicionales en una discoteca gótica acodados en la barra con su mini de cerveza, mirando con lascivia a las que bailan encima de la tarima y cuando es menester, tirándole a tías que podrían ser sus nietas.
Lo primero en lo que pensé es que si esta era la moneda con la que me iban a pagar mis hermanos, sobre todo Javi, al que apoyé en una etapa difícil de su vida cuando sufrió el infarto, es que directamente les retiraba el saludo. Después estaba mi madre, ¡una madre no se comporta así a no ser que intuya que su hija se está drogando o algo similar! ¿Qué iba a hacer con ella? A su edad ya no va a cambiar. En tercer lugar estaba el chico que me había hecho feliz durante los últimos cuatro meses, pero yo era tan infeliz, que decidí que iba a terminar mi relación con él. Todo eran problemas. Por desgracia, el día de la comida Ramón no estaba en Madrid. Se encontraba de vacaciones en Fuengirola y no me pudo dar pantalla.
Cité a mi caballero medieval en Plaza de España y le dije con ojeras y la voz tenue: “Todo ha sido muy bonito pero auguro dificultades en el futuro de nuestra relación. Tengo una familia tan sumamente maniaca, que destrozaría lo nuestro. Quiero recordarlo como ha sido: el paradigma del romance gótico. Nos veremos cuando consiga escaparme de aquí y cambiarme de identidad”. No tuve en cuenta que me iba a preguntar el por qué de todo, así que me inventé una historia sobre la marcha que consistía en lo siguiente: que tenía una hija secreta de dieciséis años en Holanda, que vivía con su padre y que necesitaba mis atenciones porque este año me estaba sacando muy malas notas en el colegio y su padre ya no sabía qué hacer con ella. Él me dijo que lucharía por mi.