Monday, December 07, 2009

LA CHICA EXÓTICA

Al hilo del post anterior, en el que hablaba sobre amigas que huyen detrás de hombres hacia destinos alejados de la capital de España, sigo con una historia que merece un punto y a parte, porque a esta amiga se la llevó un buen día un señor mayor que ella, y hasta hace poco no hemos vuelto a verla de cerca.

En esos días tontos gallegos en los que no se podía ir a la playa y a las gemelas de Mariví se les daba por ir a comprar chucherías (que pocos años después empezaron a sustituir por los pasteles de jachís, las tartas de marihuana, las ensaimadas de heroína), mi hermano y yo salíamos con ellas por no hacer enfadar a mi madre. Un día fuimos en autobús a un pueblo cercano, porque en el nuestro no había recreativos. No es que fuéramos ludópatas, bueno, las gemelas de Mariví, si; el caso es que nos desplazamos allí a ver si nos encontrábamos con algo de gente joven.

Al llegar, las gemelas de Mariví saludaban a todo el mundo como si fueran el Papa. En ese sitio había un follón, un ruido, unas voces, una exaltación de la violencia, un ambiente cargado de vicio y autodestrucción, así que decidí irme fuera. Al rato, las gemelas de Mariví, muy atentas, salieron a ver si me encontraba mal o me faltaba de algo, y fue en ese instante, cuando aparecieron dos chicas; una era una réplica de una exactitud incalculable de Janis Joplin. La otra iba con uniforme de colegio y Allstares de color rosa. La miré de arriba abajo y le dije: “Pero si estamos en agosto, ¿qué haces con el uniforme?” y ella me contestó: “Ya te darás cuenta con el paso del tiempo de que soy muy diferente a lo que conoces por ahí”. No le faltaba razón.
Era mucho más alta que yo, tenía las piernas muy largas, la boca grande, el pelo rosa y los ojos enormes, era muy exótica. Sólo me contó que su padre era gallego y que su madre era de un país asiático, que había nacido aquí y que nunca había ido a Asia, pero que tenía muchas ganas de conocer aquello. Me quedé con ganas de pedirle el teléfono porque no tenía acento gallego, de lo que se deducía que vivía en Madrid. Pero pasó el verano y no la volví a ver.
Pocos meses después, estando en una conocida macrotienda de discos por la zona de Callao, me disponía a arramplar con el último ejemplar del disco de Supergrass I should coco, cuando otra tía lo cogió por el otro lado y empezamos a tirar cada una de una esquina, discutiendo sobre cuál de las dos lo había visto antes. Al final rompimos la caja de plástico, y libreto y CD salieron volando por los aires. Nos miramos con furia, pero enseguida nos dimos cuenta de quiénes éramos, y nos dio un ataque de risa, claro. Ella era la chica del uniforme, que esta vez llevaba pantalones de cuadros.
A partir de ahí todo fue presentarnos a nuestros amigos, intercambiar cintas de grupos, empezar a salir por Malasaña, montar un grupo, tocar en el Retiro, perseguir a chicos con el pelo largo, reírnos mucho, ir a conciertos y dar paseos muy largos por el centro, ir al McDonald´s, ir al cine, teñirnos el pelo de colores raros, vestirnos todavía más raro y pensar qué íbamos a ser de mayores. Fueron unos años muy coloridos de los que recuerdo que nos juntábamos una buena cuadrilla de chicas: la Muñequita Islandesa, la Chica Exótica y otras tres tías más de las que hoy sabemos poco. La Muñequita Islandesa y yo siempre comentábamos que la Chica Exótica tenía porte de modelo; tan alta, tan guapa y tan elegante. Ella se reía de nosotras como si hubiéramos dicho una incoherencia.
Pasados los años, cada una decidió tomar su camino profesional, pero yo notaba que la Chica Exótica no se ubicaba del todo en su elección universitaria. Pero sucedió algo que le hizo dejar de pensar. Un buen día de esos que habíamos quedado en el metro de Tribunal por la noche, con gesto sombrío nos dijo que un tío mayor de una agencia de modelos le había echado la caña un día que estaba en una cafetería y que se iba a recorrer las pasarelas del mundo. Estaba asustada porque todo había ocurrido demasiado deprisa y no sabía si iba a salir bien.
Así fue como dejó la carrera y se fue de Madrid por exigencias del guión. Vivía entre Nueva York, París, Milán y Londres. A veces la llamábamos todas desde casa de alguna y nos contaba historias interesantes sobre los sitios en los que vivía, las otras modelos y las fiestas. Era una satisfacción ver su foto en resvistas de moda en ediciones italianas, francesas...
Ella no cambió nunca su condición de amiga aunque estuviera lejos. Siempre tenía una palabra de ánimo, incluso aunque viniera de trabajar dieciséis horas sobre unos tacones de dieciséis centímetros. Por eso, cuando la Muñequita Islandesa me comunicó que se marchaba a Barcelona, la llamé llorando como una desgraciada porque ahora mis dos mejores amigas estarían lejos. “Y encima he tirado la colección de vinilos y después el tocadiscos-y se ha roto todo-y por poco no parto la crisma a un señor que pasaba por ahí-y la Muñequita Islandesa se va-y tú vives en Nueva York…” menuda perra cogí. Ella me consoló mucho.
Once años después de vivir en todas partes recibí una llamada de la Chica Exótica. Estaba cansada de la vida nómada, del ajetreo de la moda y me reconoció que, ahora que había hecho mucho dinero con esto, iba a volver a Madrid a estar con su gente e iba a dedicarse a algo que le había gustado siempre: el estilismo de moda. En nuestro primer encuentro, la encontré aún más atractiva que de joven, me recordaba a una actriz japonesa que salía en una reciente película de una directriz catalana. “Porque en el fondo, RRR, me fui con ese cazatalentos guiada por la ciega avaricia del dinero, sólo por eso. Aunque mirándolo bien… me da para estar una larga temporada en el paro…”- me contaba tomando unas bravas cerca de la calle Postas con su gorro de gato puesto. Me alegro tanto de verla tan de cerca ahora.

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