EL NIÑO EN EL BAUTIZO

“Yo no tengo suegra” respondió fríamente Mamen a mi chiste de: “Bueno, entonces vas a limpiar sólo lo que ve la suegra, no?”. Ese día estábamos las dos solas en su casa. Ramón estaba tomando unas cervezas con sus compañeros de Farmacia, y Mamen se había quedado arreglando la casa porque al día siguiente Ramón nos había invitado a mis padres y a mi a merendar. Fue una situación de esas en las que Mamen le dirigió una mirada del tipo: “A mi me viene mal, desgraciado”, pero él era muy de invitar a casa a todo el mundo y ella la última en enterarse.
Por todas estas razones, el hecho de que Mamen rechazara de esa manera a mi madre con un comentario con doble sentido, que dependiendo de la cara que pongas quiere decir una cosa u otra, me dejó así como pensando un poco. Hasta que me decidí a hablar con ella de otra cosa que no fuera Ramón, Los Ramones, Malasaña o Farmacia.
“Mamen: odias a mi madre?” Al fin me lancé a preguntar. Y aliviada porque no había tenido que ser ella quien había sacado el tema primero, respondió desfogándose: “Me cae fatal, no la soporto. Cuando me casé con tu hermano me rendí al suplicio de tener que aguantarla, pero es que ya no puedo más”. Tenía la cara roja e hinchada la yugular. “Odio que llegue a mi casa, que me mire con desaprobación y piense que soy poco femenina, odio pillarla pasando el dedo por la mesa de cristal del salón mientras he ido a la cocina a prepararle un piscolabis y que me critique la decoración de la casa, porque si me da la gana tener unos muñecos en miniatura de los Kiss en la estantería, en lugar de un Recuerdo de Lo Pagán, pues los tengo, y si en vez de de tener cuadros de caza con perros pintados desde la perspectiva imaginaria de un pintor nefasto, quiero tener posters de conciertos que me han gustado, pues los tengo, y qué si la vajilla es negra? Y qué si la colcha es roja? Y qué si no me gustan los niños… QUÉ ? QUÉ? QUÉ?”.
Durante este monólogo se había estado paseando por todo el salón en círculos en plan manía persecutoria y agitando los brazos con tal agilidad, que por poco me cae un bofetón a mi también. Se sentó e intentó tranquilizarse. Supongo que se dio cuenta de que yo no era una amiga con la que podía desahogarse a gusto; yo ocupaba otro lugar en ese haber, y sin embargo me espetó: “Sabes lo que le pasa a tu madre? Que quiere ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el funeral”.
No sin dejar de ser cierto lo que Mamen había dicho, y aún así recordando que de quien estaba hablando era mi madre, sólo se me ocurrió decirle: “Caray Mamen, eres más divertida cuando estás borracha”. Esto le cayó como un jarro de agua fría.