Monday, November 23, 2009

CASA DE PUTAS

El pasado mes de agosto me vi metida sin querer en un plan que habían organizado unas personas prácticamente desconocidas para mí, porque no fui yo quien promovió ese viaje a Londres.

Esa gente iba vestida una mezcla entre jipi y yupi, sólo hablaban de música y nuevas tecnologías, y aún hoy pienso que son rarísimos, pero curiosamente nuestra amistad se forjó gracias a subidones tontos como correr para subir al piso de arriba de un autobús de dos plantas o a un barco que atraviesa el Támesis, repetir cientos de veces al día la palabra "oístes-card". Por eso…la primera vez que ves a alguien…no has de guiarte por la impresión que te produce inicialmente…cómo te estrecha la mano…si te mira o no a los ojos…si es correcto y sabe guardar las distancias o por el contrario se toma demasiadas libertades y te trata como si te conociera de toda la vida. Prejuzgar o tomar apuntes, se llama.

Estas personas me pillaron en un renuncio. Mis planes estaban vacíos de actividades extraescolares y accedí a formar parte del plan loco del verano, aún a riesgo de terminar como el Rosario de la Aurora; es decir, tenía miedo de que hicieran un simpa en el hotel, o peor aún, que llevaran armas en el equipaje de mano. Una vez más, me encontré prejuzgando y decidí romper con todo eso.

Dentro del grupo de gente que íbamos a hacer ese viaje, estaba esta chica que es una artista polifacética. Aún hoy me sigue sorprendiendo con sus diversas habilidades. Yo sólo la había visto de lejos pinchando discos, pero nunca me la habían presentado. Pocos días antes de irnos de viaje me personé en casa de Topor y me topé con ella en la cocina de su casa. Se estaba tomando un tazón de Krispis con bastante interés, mientras Topor, a su lado, tendía la ropa. Cuando se percató de mi presencia, se levantó de un salto, como si yo fuera la madre de Topor y ella estuviera haciendo algo malo. Me hizo una reverencia y yo la miré de arriba abajo pensando en el viajecito que me esperaba con esa gente tan rara, y dije: “¿Así que ésta es la chica de la que me habías hablado?¿Es ésta la chica con la que nos vamos a Londres?. Bueno, con ella y con el resto de jipis ésos…” mi mensaje no parecía inmutar a Topor, que se encogía de hombros con gesto indiferente a cada pregunta que yo hacía. Es cierto que el calor era insoportable y nuestras tres mentes no daban demasiado de sí.

Lejos de ofenderse por mi brusquedad, la chica del tazón de Krispis, me tomó la mano y me invitó a sentarme con ella a la mesa, lo cual le hizo ganar bastantes puntos. Cara a cara me explicó que estaba muy emocionada por ir a Londres porque dentro de sus planes entraba visitar una casa de putas. Yo no entendí muy bien qué me estaba queriendo decir, ¡ni que la gente sólo se fuera de putas en Inglaterra, por Dios!, por eso le pregunté: “¿Es que acaso no hay aquí lupanares?” Escondiendo sus ojos debajo del flequillo y con cara de desilusión, me dijo: “RRR, ¿es que no lo entiendes?¡ En Londres, la gente se va de putas en las iglesias! ¿Cómo te quedas?”. Yo sólo pensé para mi: “Que no me pase na”. Pero a la vez que eso, me fijé en que tenía el pelo muy bonito porque su melena se veía saneada, así que se lo dije. Ella me contestó que no había ido nunca a la peluquería porque le daban miedo los secadores que ponen en la cabeza a las madres.

Durante el viaje, la chica del tazón de Krispis se puso una diadema negra con un lacito, “No veas el carrete que tiene aquí la amiga” decía refiriéndose a la voz del ascensor que iba anunciando si subía o bajaba, o en qué piso estaba. Y hablaba un inglés neoyorkino propio de persona que es de allí.

Bien es sabido que soy una persona que entra fácilmente al trapo, carne de encerrona, grácil objeto de mofa, de engaño factible, y además, cuando me la juegan me chino pero no lo digo, por eso a mi adversario le sale siempre bien, porque luego no sufre las consecuencias. Durante el viaje escuché varias veces por parte de la chica del tazón de Krispis, la expresión "casa de putas". La utilizaba con mucha frecuencia, y la nombraba se estuviera hablando de lo que se estuviera hablando. Yo en más de una ocasión le decía que dejara de decir palabras malsonantes, pero no había manera. Así que el segundo día, sin decirme dónde íbamos, nos presentamos en la puerta de una santa capilla, con un cartel: “Union Chapel”, pues muy bien. Estaba lleno de gente joven vestida raro esperando a algo, a que abrieran, aunque era un poco tarde para entrar a misa. Pero se me encendió la bombilla, Dios mío, allí era donde estaban las prostitutas. Yo no quería irme de putas así que crucé la acera haciéndome la despistada, hacia el bar de enfrente, se llamaba The Library. Prefería beber cerveza o leer libros antes que entrar en la capilla ésa, pero la chica del tazón de Krispis salió detrás de mí, me asió del brazo y me obligó a la fuerza a entrar al “espectáculo”, como ella lo llamaba. Me miró enfadada por mi actitud y me prometió que lo iba a pasar bien.

Entramos y era una iglesia normal, con bancos donde la gente empezaba a sentarse, y el altar había sido sustituido por un escenario. Yo estaba muerta de miedo, me empecé a imaginar todo tipo de barbaridades como que el sitio ése era tipo barra americana en un ambiente protestante, o que te sacaban al escenario para que te quitaras la ropa a la fuerza, a mi mente sólo venían palabras como sexo, orgía, o ligueros. La chica del tazón de Krispis, sentada a mi lado, no me dejaba preguntar, y al resto de amigos los tenía castigados sin hablarme, y me decía todo el rato: “Si sigues así, apaga y vámonos”. Cuando decía “apaga”, movía el dedo índice de arriba abajo y cuando decía “vámonos” movía el dedo pulgar hacia fuera.

De repente al escenario salió una chica vestida de los años ochenta, con una chaqueta negra de topos blancos y el pelo muy revuelto. Llevaba un teclado, su otro amigo una guitarra y su otro amigo una batería. Al fin respiré, era tan sólo un concierto de una música que me dejó flipada. Tuve mis momentos de tensión cuando esa preciosa chica americana se quitó la chaqueta y se quedó en camiseta; temí que fuera un show musico-streap-tease, pero al terminar, se disculpó: “Sorry for the undressing”. La chica del tazón de Krispis me guiñó el ojo, supe entonces que no me iba a defraudar, que todo había sido una broma, que había valido la pena ir a una iglesia a un concierto de un grupo cuyo nombre no entendía bien porque no tengo ni idea de inglés, porque no es lo mismo “casa de putas” que “casa de playa”.

Al término del evento, la chica del tazón de Krispis se perdió entre el público inglés y cuando reapareció llevaba una sonrisa plena, pero no le faltaba su diadema. “Es que a la preciosa chica americana le ha encantado y se la he regalado. Por cierto, me ha dicho que cuando venga a Madrid a tocar en diciembre, quiere que le saquemos de putas”.

Tomé apuntes muy positivos aquel día.