MI MADRE Y LOS NIÑOS RUBIOS EN VERANO
Si, quizás Ramón sea mi hermano favorito porque mi madre tuvo una obsesión ya desde que éramos pequeños.
Resulta que todos mis hermanos nacieron con cabellos dorados, amarillos y blancos, todos menos Ramón y yo. Los únicos. Dí que es tu madre y se lo perdonas todo porque en el fondo es buena persona, pero he tardado mucho tiempo en darme cuenta de que se nos hacía un poco el vacío en ciertos momentos. Mi madre nos ocultaba a Ramón y a mí, suavemente, con tacto señalado. Que si: “Ramón: llévate a tu hermana a hacer la compra” cuando la nevera estaba llena, que si: “Ramón: bájate a la orilla a hacer castillos de arena con tu hermana”, cuando mis demás hermanos los hacían pegados a las toallas de mis padres. De pequeño no te das cuenta porque cuando te mandan algo “las cosas se hacen sin rechistar”.
Pero ya de mayor una empieza a atar cabos, y sobre todo a hablar con Ramón, que él, muy cauto, jamás me ha hecho ningún comentario, así que fui yo hace pocos días, que le comenté: “Oye Ramón, ¿no crees que mamá es así un poco nazi?, quiero decir, que le molestó un poco mucho que tú y yo no fuéramos rubios como el resto”. Ramón me puso cara de circunstancia; en el fondo él siempre ha sido muy independiente y ha aceptado a mi madre tal y como es, prefiere tomarse todo a cachondeo porque si no debería tener unos traumas similares a los míos. Bastante normal es, y bastante rancios han salido mis demás hermanos. Habrá sido el exceso de proteccionismo de mi madre por haber nacido rubios. Quizás sea porque como tienen la piel muy blanca se veían obligados a utilizar una protección solar muy alta, y mi madre tenía que estar muy pendiente de que no se quemaran, sin embargo Ramón y yo siempre nos poníamos negros en verano sin esfuerzo (para mí esto es mejor). Es que es verdad, un niño rubio da como más sensación de delicadeza, sin embargo un niño moreno da sensación de bruto, de gitanazo. En fin, prefiero no seguir contando aquí todas las reflexiones que se me ocurrieron un buen día este verano, observando familias con hijos rubios, morenos y mixtos en la playa. La verdad es que les daban el mismo trato a todos. Me puse tan furiosa que lo único que deseé fue que a mi madre le hubiera salido un hijo albino, que tienen el pelo blanco hasta que se mueren, pero también tienen unos problemas de vista tremendos y además no pueden tomar el sol porque no tienen pigmentación en la piel. No querías hijos rubios, pues toma tres tazas.
A Ramón y a mí no sólo nos marginaban o nos hacían de menos cuando venían las visitas a la casa de la playa como si fuéramos los primos lejanos de nuestros propios hermanos, sino que nos obligaban a jugar sólo con niños rubios: “Hijos, ¿por qué no vais a jugar con las gemelas de Mariví, a ver si se os pega algo?”. Mi madre debía suponer que por jugar con niños rubios se nos iba a aclarar el pelo, qué ingenua. Por eso nos lavaba el pelo con camomila, pero sus intentos fallaron porque mi hermano Ramón parece marroquí y yo de rubia tengo lo que la ciudad de París de molón. El cuadro era vernos en verano, a las gemelas que parecían Marisol, que tenían mi edad, y a mi, escoltadas por mi hermano Ramón, que nos sacaba trece años. El caso es que menos mal que no se nos pegó nada de ellas porque hoy están las dos en una clínica de desintoxicación. Mientras nuestros demás hermanos hacían migas con niños rubios hijos de alemanes, con los otros hijos de Mariví y con la pandilla de primos rubios que se ponían todos los veranos al lado de nosotros en la playa. Ramón y yo los últimos años nos automarginábamos del aburrimiento.
El otro día que le conté todo esto a Ramón, me dijo que se alegró de que yo no naciera rubia, uno se puede imaginar que trece años soportando los desplantes de la familia, es mucho.
Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Al final a mi madre le castigó Dios y progresivamente a todos sus hijos se les fue oscureciendo el pelo con la llegada de la adolescencia. Ahora el único que sigue siendo rubio es mi hermano Luis, pero es el que vive en Londres y no están allí los ojos de mi madre para verlo. ¿Qué queda de esos tiernos querubines de pelo amarillo y ensortijado y piel lechosa? Unos tíos insoportables, mostrencos desaliñados y con barriga, que el poco pelo que les queda ni siquiera parece haber sido rubio alguna vez.
Resulta que todos mis hermanos nacieron con cabellos dorados, amarillos y blancos, todos menos Ramón y yo. Los únicos. Dí que es tu madre y se lo perdonas todo porque en el fondo es buena persona, pero he tardado mucho tiempo en darme cuenta de que se nos hacía un poco el vacío en ciertos momentos. Mi madre nos ocultaba a Ramón y a mí, suavemente, con tacto señalado. Que si: “Ramón: llévate a tu hermana a hacer la compra” cuando la nevera estaba llena, que si: “Ramón: bájate a la orilla a hacer castillos de arena con tu hermana”, cuando mis demás hermanos los hacían pegados a las toallas de mis padres. De pequeño no te das cuenta porque cuando te mandan algo “las cosas se hacen sin rechistar”.
Pero ya de mayor una empieza a atar cabos, y sobre todo a hablar con Ramón, que él, muy cauto, jamás me ha hecho ningún comentario, así que fui yo hace pocos días, que le comenté: “Oye Ramón, ¿no crees que mamá es así un poco nazi?, quiero decir, que le molestó un poco mucho que tú y yo no fuéramos rubios como el resto”. Ramón me puso cara de circunstancia; en el fondo él siempre ha sido muy independiente y ha aceptado a mi madre tal y como es, prefiere tomarse todo a cachondeo porque si no debería tener unos traumas similares a los míos. Bastante normal es, y bastante rancios han salido mis demás hermanos. Habrá sido el exceso de proteccionismo de mi madre por haber nacido rubios. Quizás sea porque como tienen la piel muy blanca se veían obligados a utilizar una protección solar muy alta, y mi madre tenía que estar muy pendiente de que no se quemaran, sin embargo Ramón y yo siempre nos poníamos negros en verano sin esfuerzo (para mí esto es mejor). Es que es verdad, un niño rubio da como más sensación de delicadeza, sin embargo un niño moreno da sensación de bruto, de gitanazo. En fin, prefiero no seguir contando aquí todas las reflexiones que se me ocurrieron un buen día este verano, observando familias con hijos rubios, morenos y mixtos en la playa. La verdad es que les daban el mismo trato a todos. Me puse tan furiosa que lo único que deseé fue que a mi madre le hubiera salido un hijo albino, que tienen el pelo blanco hasta que se mueren, pero también tienen unos problemas de vista tremendos y además no pueden tomar el sol porque no tienen pigmentación en la piel. No querías hijos rubios, pues toma tres tazas.
A Ramón y a mí no sólo nos marginaban o nos hacían de menos cuando venían las visitas a la casa de la playa como si fuéramos los primos lejanos de nuestros propios hermanos, sino que nos obligaban a jugar sólo con niños rubios: “Hijos, ¿por qué no vais a jugar con las gemelas de Mariví, a ver si se os pega algo?”. Mi madre debía suponer que por jugar con niños rubios se nos iba a aclarar el pelo, qué ingenua. Por eso nos lavaba el pelo con camomila, pero sus intentos fallaron porque mi hermano Ramón parece marroquí y yo de rubia tengo lo que la ciudad de París de molón. El cuadro era vernos en verano, a las gemelas que parecían Marisol, que tenían mi edad, y a mi, escoltadas por mi hermano Ramón, que nos sacaba trece años. El caso es que menos mal que no se nos pegó nada de ellas porque hoy están las dos en una clínica de desintoxicación. Mientras nuestros demás hermanos hacían migas con niños rubios hijos de alemanes, con los otros hijos de Mariví y con la pandilla de primos rubios que se ponían todos los veranos al lado de nosotros en la playa. Ramón y yo los últimos años nos automarginábamos del aburrimiento.
El otro día que le conté todo esto a Ramón, me dijo que se alegró de que yo no naciera rubia, uno se puede imaginar que trece años soportando los desplantes de la familia, es mucho.
Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Al final a mi madre le castigó Dios y progresivamente a todos sus hijos se les fue oscureciendo el pelo con la llegada de la adolescencia. Ahora el único que sigue siendo rubio es mi hermano Luis, pero es el que vive en Londres y no están allí los ojos de mi madre para verlo. ¿Qué queda de esos tiernos querubines de pelo amarillo y ensortijado y piel lechosa? Unos tíos insoportables, mostrencos desaliñados y con barriga, que el poco pelo que les queda ni siquiera parece haber sido rubio alguna vez.