Thursday, May 11, 2006

NO ES HIPOCONDRIA

Los médicos no confían en mi cuerpo ni en su crecimiento. Cuando tenía siete años descubrieron a un amigo que me acompaña hasta hoy: la reacción alérgica de mi cuerpo a la histamina.

La histamina liberada ante la entrada de antígenos produce vasodilatación y broncoconstricción que pueden acarrear la muerte del individuo por hipotensión e insuficiencia respiratoria. A estos fenómenos se les conoce como reacciones anafilácticas o anafilotóxicas, y son las responsables de la rinitis alérgica, el asma y las reacciones alérgicas frente a, por ejemplo, penicilina o pólenes.

Ayer hice visita a mi alergólogo. Es un tipo enérgico, con muy buen humor, que me explica las cosas en plan paternalista y con palabras muy clara y simples, porque como soy una mujer, no me entero. Me cuenta lo que me ocurre, por qué me ocurre y qué efectos hacen las medicinas que me manda. Es fenómeno.

Por la mañana hablé con el doctor por teléfono. Sufría los típicos síntomas de alergia agravados por una severa afonía que me impedía casi expresarme, así que me citó para la tarde.

Cuando llegué a la consulta, en la sala de espera había dos hermanas gemelas pelirrojas cuchicheando sobre no sé qué, tenían pinta de ser bastante cotillas, cuando me vieron pasar se callaron y no volvieron a hablar. Me senté enfrente de ellas. Sólo se dirigían miraditas, se propinaban algún que otro codazo, y sobre todo me rehuían la mirada. Parecían preocupadas, o parecían conocerme, pero eso no lo sé porque en seguida me hicieron pasar a la consulta. Cuando iba a entrar me di la vuelta porque noté que reiniciaban su charla-crítica contra mí. Mi mirada fue fugaz pero devastadora, y volvieron al silencio.

Después de los cordiales saludos protocolarios, abrí la boca como siempre, para que el doctor me explorara la garganta… y su expresión cambió radicalmente. Su eterna sonrisa despareció y frunció el ceño. Me hizo cerrar la boca y me acarició la cabeza. Salió de allí dejándome sola unos minutos.

Él y otro médico me sacaron de esa sala. Además de la bata, se habían puesto mascarillas, gorros y guantes. Las gemelas pelirrojas se volvieron descaradamente para mirarme y pusieron cara de acojone, pero siguieron comentando en voz baja. Los médicos me metieron directamente en un quirófano. …estaba repleto de máquinas (aquello parecía un disco de Kraftwerk). Había cinco médicos más allí. Me eché atrás: “Qué me pasa?” le dije al doctor, “Tranquila, sólo queremos comprobar unas cosas, túmbate, por favor”.

Caí redonda, no me apetecía ver qué hacían conmigo así que me desmayé aposta o me hice la dormida, no lo recuerdo. El caso es que cuando desperté, estaba tumbada en la camilla del quirófano al que me negaba a entrar una hora antes, con una bata blanca, rodeada de médicos que no paraban de trabajar, cables y luces. Me ayudaron a incorporarme y dos enfermeras gemelas pelirrojas que se parecían mucho a las de la sala de espera –yo diría que eran ellas-, me ayudaron a vestirme y me llevaron a la consulta donde la expresión del alergólogo cambió.

Le esperaba sentada e impaciente. Llegó y se sentó en su mesa enfrente de mí, tomó un papel y empezó a escribir una receta larguísima (un folio por las dos caras relleno de medicamentos desconocidos por mí). No me miró ni un solo momento hasta que terminó. Levantó la vista, y sin recuperar la eterna sonrisa que perdió al explorarme la garganta, empezó a contarme cosas asombrosas que parecían alojarse en un espacio tan reducido como era mi aparato respiratorio. Me habló de antihistamínicos, absorción sistémica, broncoespasmo, afecciones micóticas, beta-bloqueantes, digitálicos, el principio activo budesónida de los glucocorticoides, epistaxis, loratadina, pseudoefedrina… básicamente qué me estaba contando… nunca me había hablado así este médico que me conocía desde pequeña. Intenté poner cara de extrañeza, de falta de comprensión, para que me preguntara si estaba entendiendo lo que me decía, pero el doctor no pareció captarlo.

Cuando terminó su discurso sobre sustancias químicas sintéticobioreactivas, le pregunté: “Y el cante?”. Claro, yo sobre todo estaba preocupada por si la afonía iba a ser definitiva o reiterada y me iba a impedir entregarme a mi público. “Si cantas ópera, yo en tu lugar empezaba a pensar en dejarlo… simplemente toma los medicamentos que te he mandado en la receta, y en un mes estarás bien”.

No me atreví a rechistar, ni a hacer una sola pregunta sobre lo que había sucedido en el quirófano, ni siquiera por qué había utilizado esos tecnicismos conmigo, cuando sabe perfectamente que soy una mujer y no me entero.

Al salir, la sala de espera estaba vacía, las gemelas pelirrojas no estaban, pero las vi detrás de un biombo quitándose el uniforme de enfermera. De nuevo se callaron, me miraron inquisitoriamente y yo sólo pude salir corriendo con la receta en la mano, asustada de ese lugar.

7 Comments:

Blogger J. said...

Cero coba.

Quejica.

10:06 AM  
Anonymous Anonymous said...

Aha. Dios es sabio y sabe castigar a quien se lo merece.

5:12 AM  
Blogger J. said...

Quién?

7:32 AM  
Anonymous Anonymous said...

No sé!.

8:04 AM  
Blogger Anntona said...

Dejar un comentario en este blog SE VA A PONER DE MODA.

4:05 PM  
Anonymous Anonymous said...

Eso qué significa?(como soy una mujer no me entero).

3:37 AM  
Blogger Anntona said...

Seguro que j. lo ha pillado (como es un hombre...)

5:26 AM  

Post a Comment

<< Home