Thursday, February 01, 2007

AY CAMPANERA


Él está allí siempre puntual, pensativo y observante, sentado con las piernas cruzadas, mirando hacia otro lado y sujetando el eterno cigarro que le da un aire más absorto de lo que ya tiene. Aunque esa abstracción suele esconder pensamientos crueles sobre el que tiene sentado enfrente: “Pero…¿qué son esas Reebok infames y esa camisa de cuadritos?”.

El batería de Los Punsetes sólo bebe cerveza Kronemberg, sólo se sienta en sofá unipersonal, y sólo utiliza el dedo índice para ajustarse las gafas, especialmente cuando quiere defender alguna teoría. Alguien dijo alguna vez de él que era el elemento en la sombra del grupo, pero que su forma de estar ahí tiene relevancia. Algo así era.

Es un tipo alto y delgado, amante de los pantalones agujereados, camisetas adolescentes, los colores oscuros e indescriptibles (¿barro, militar, gris rata?), sus jerseys, por el contrario, suelen tener colores encendidos y dibujos más definidos, como rayas, pero los lleva ocho tallas mayor. De joven tenía el pelo largo porque le gustaba el metal, el death y todo eso que hacen algunos grupos de melenudos vomitadores con pantalón corto de baloncesto y ningún interés por la estética. Ahora lleva el pelo corto y cuando le empieza a molestar, especialmente cuando llega la primavera, se afeita la cabeza tipo bola de billar. Ha cambiado la vociferación por la tranquilidad de Leonard Cohen y el encanto de Nicolás Cueva y las Malas Semillas, pero dentro de su cosecha personal se encuentran frases pertenecientes a la copla española, me refiero a Joselito y a Carmen de Mairena.

Para él, la gente no dice tonterías, dice chuminadas; considera la preocupación excesiva por temas sin importancia un comportamiento pueril, y no soporta que alguien se le cruce con algo que no está de acuerdo, le rebate con sus argumentos y cuando convence al otro, empieza a gritar con cara de loco: “¡¡¡Hachazo, hachazo, hachazo…!!!”. Hay veces que está tan seguro de que las cosas son como él dice, que da miedo llevarle la contraria.

Wladimiro Preminger normalmente no demuestra afecto ni hacia mi, ni hacia los componentes de su grupo, la única vez que le he visto conmovido es cuando habla de su perro Otto, se le pone un brillo melancólico en los ojos, que me hace convencerme de que su fiel compañero jamás me haría daño (y a mi lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en “perro”, es “mordisco”).

Recuerdo la primera vez que hablé con él más detenidamente. Estaba aún en la Facultad, pero en el último curso. Me presentaba a un examen de recuperación que más me valía aprobar porque el 95% de los suspensos de esta profesora eran mujeres; tenía una especie de trauma con las alumnas y por eso se permitía fulminarnos con la mirada en clase, se creía la reina de Saba, pero tan sólo tenía un aire a Karina.

Me senté aparte de la gente con mis nervios y mi repaso de última hora, a escribirme la chuleta en la mesa, cosa que no hería mi moral aunque estuviera mal, porque todo el mundo lo hacía. Como le sonaba mi cara porque había un profesor que me preguntaba sieeempre, Wladimiro se me acercó y empezó a preguntarme qué tal lo llevaba. Después de hablar cinco minutos con él sobre ratios de liquidez y tonterías del campo de la Economía con este chico que lo llevaba mucho mejor preparado que yo, decidí parar la conversación. Me estaba poniendo del nervio porque parecía que estaba reafirmando su saber con mi aparente ignorancia, y yo por ahí, no. Le miré de reojo y mal, fruncí el ceño, y pasé por delante de él para sentarme lejos de su soniquete inquietante. En serio, estaba muy nerviosa. En esos momentos entró la profesora en el aula.

Me pasé todo el examen con la mente en la conversación con ese chico, que en el fondo había venido con muy buena intención a preguntarme qué tal lo llevaba, y que seguramente no había pretendido molestarme, sólo era sólo yo, que estaba irritable porque odiaba la asignatura y el estudio me había resultado arduo. Como me di cuenta de que no iba a poder concentrarme, me levanté hacia su sitio, que estaba en la otra punta, y poniéndole la mano en la espalda, en voz baja le pedí “Perdón por lo de antes”. Me miró extrañadísimo, y la profesora también, así que nos echó a los dos de clase.

Este incidente dio como resultado una charlita de a tres con la reina de Saba en su despacho, en la que nos preguntó por nuestro parentesco, nuestras originales tácticas para soplar y copiar, nuestra intención de aprobar la asignatura y de conseguir un Título Universitario…nos dio a entender muy sutilmente que para ella éramos unos mediocres que jamás conseguiríamos nada.

Al terminar la charla, Wladimiro se largó deprisa y enfurecido, no quiso escuchar mis disculpas (de nuevo) y no volví a verle. Hasta que un día Topor empezó a formar Los Punsetes y me presentó al que iba a ser el batería. Los dos estábamos licenciados ya y ninguno habló del tema, pero noto que ese resquemor sigue ahí, por eso creo que le caigo mal.

Como consecuencia de mi impotencia ante tal injusticia, esperé a que la reina de Saba abandonara su despacho, y con un punzón grabé en su puerta de plexiglás: “Karina puta”.

3 Comments:

Blogger Wladimiro Preminger said...

Tiene usted razón, la odio mucho, con besos de cariño y de admiración. Y ya sabe, campanera, que lo que tengo de morro lo tengo de... ay.

10:24 AM  
Anonymous Anonymous said...

Peeeeeeeeeerrooooo!!
coooorrre, ven!!

Peeeeeeeeeeeeerrrrrrooooooo!!!
Ay, qué majo él...

10:41 AM  
Blogger Anntona said...

Karina puta.
Yo sé quién fue!

12:46 PM  

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