Friday, October 30, 2009

MISS SEWING MACHINE

Fue un susto tremendo encontrarme con semejante escena en el salón de mi casa. Todo me pasa por tener obsesiones de tipo patronar y coser, planchar costuras, cortar, entretelar, remallar, hacer canilla y forrar. Puedo estar muchos días así, encerrada en el salón de mi casa.

Esa noche de miércoles me había acostado tarde por razones que no vienen al caso, pero que no deja de ser por motivos laborales o de semidisfrute, voluntarias obligaciones morales, alegres compromisos que uno cumple de muy buena gana, pero que inevitablemente le hacen llegar a casa de madrugada. Al día siguiente tenía que levantarme muy temprano y sólo pensar en lo tarde que era, me provocó un nerviosismo que me mantuvo los ojos abiertos durante demasiado tiempo. Empecé a dar vueltas en la cama sin poder conciliar, agobiada por las involuntarias obligaciones morales a las que me iba a enfrentar al día siguiente, y me levanté descalza a beber agua, a sentarme en el sofá del salón, a ver la tele, a Dios sabe qué, ya no sabía cómo hacer.

Parecerá lo mítico, pero entré en el salón y una luz me cegó. Cuando pude descubrirme la cara, la vi a ella, que se había aparecido como un espíritu en el salón de mi casa. Con un vestido blanco, corto y precioso, sin medias, porque su piel es lo suficientemente blanca para no necesitarlas, el pelo perfectamente cortado y el flequillo ordenado, los labios pintados de rojo mate. Estaba guapísima y de pie, con la boca cerrada y quieta, al lado de la máquina Refrey de mi abuela, con cara seria, a saber qué estaba pensando. ¿Cómo era posible que estuviera en mi salón, de madrugada, si rozando la medianoche habíamos estado hablando por teléfono? Yo estaba en el lugar que me mantenía atada por el compromiso que estaba cumpliendo de muy buena gana, y ella desde su casa de Murcia. En esa conversación ella me contó entre otras cosas, que ese día para hacer la compra, se había puesto una chaqueta de leopardo. Esto me lo había dicho con una carcajada de persona gamberra que comete fechorías, lo cual me hizo imaginar esa cara de mala que pone a veces. Retomando lo extraño de la situación me dije: “No, imposible que ella esté aquí”.

Mirándome fijamente con cierta hostilidad, y con la misma voz penetrante que no puedo parar de escuchar en sus discos cuando canta y que me hipnotiza, me dijo: “Te voy a engrasar la Refrey de tu abuela ¿porqué no la usas nunca?” y yo le contesté: “Porque estoy acostumbrada a la Singer de mi bisabuela, dicen que es la máquina que mejor cose”. Tuve la tentación de preguntarle qué hacía en el salón de mi casa, cómo había llegado hasta ahí, pero me dio miedo destrozar ese momento, así que dejé que todo fluyera. Me quedé observando cómo engrasaba la máquina. Y entonces habló.

“RRR del amor: estoy aquí para ayudarte. Con esta vida de artista que llevas, vas a caer mala. No puedes trabajar, cantar y coser, el día tiene veinticuatro horas y tú no lo estás teniendo en cuenta. No duermes por las noches porque estás demasiado nerviosa pensando en lo que tienes que hacer al día siguiente, que nunca es poco. Sabes que la única que puede ayudarte en esto soy yo. He venido para coserte los trajes de los conciertos, así que dime rápido por dónde empiezo”. Yo, aún sin reaccionar contesté: “Pero Mrs. Sewing Machine, si casi falta un mes para el próximo concierto”, y ella, muy decidida, me dijo: “Ya, pero si no empezamos enseguida, nos va pillar el toro, así que hazme canilla, que es lo que más coraje me da en esta vida”.

Sentí un repentino alivio ¡una amiga venía a liberarme de tanto trabajo!. Un par de gatos que salieron de la nada, me rondaron y en lugar de ponerme en guardia, porque es al animal que más temo, sentí un cansancio irresoluble que me llevó a cerrar los párpados.

Al día siguiente amanecí vertida sobre el sofá del salón, sonriendo y con resaca del sueño tan bonito que había tenido, pero me sobresalté cuando, sobre la máquina de coser, me encontré el traje que hace dos días había cortado para el concierto de noviembre…me levanté, lo toqué, le di la vuelta, estaba perfectamente terminado, listo para estrenar. No me explicaba cómo podía haber confeccionado ese traje tan complicado en una noche, y sentí el impulso de llamarla para darle las gracias por el detalle, sin temor de quedar como una perturbada.

Ella contestó desde su casa de Murcia. Me dijo que no sabía por qué, se había levantado muy cansada. Sólo le dije “Gracias”. Y ella respondió: “Ya sé que es un detalle que vaya a Madrid en noviembre, justo cuando tocáis. Por cierto, ¿te acuerdas ayer cuando me llamaste? ¿Recuerdas la chaqueta de leopardo con la que te dije que había salido a hacer la compra?. Pues no la encuentro, la deben haber cogido los gatos…”. Los gatos habían desaparecido de mi salón, pero miré detrás de la máquina de coser; la chaqueta estaba ahí, se le habría caído al dejarla cuando llegó.

Las cosas muchas veces vienen así, sin explicación tangible. Sé que es muy modesta y jamás reconocería que me cosió un traje. Me despedí de ella haciéndome la loca: “Espero que encuentres pronto tu chaqueta”.

4 Comments:

Blogger especies said...

"Parecerá lo mítico, pero" me parece una frase como "En un lugar de La Mancha" o como "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre"...

3:33 AM  
Blogger Carolina Pataleta said...

Qué suerte. A ver si tu amiga pudiera pasarse por mi casa que tengo una de plancha que no me veas.

4:43 AM  
Blogger Triple errre said...

Son ustedes unas cachondas.

5:27 AM  
Blogger Psicomedia said...

La locura de no nacer rubia. Siempre encuentras una cabellera l'Oréal a tu lado. Pero claro, de noche da miedo.

5:48 PM  

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